La Cruz del Quemadero y la memoria de la Inquisición en Madrid

Daniel Gil-Benumeya (CEMI)

El 8 de julio de 1869, el periódico local de White Cloud, una pequeña población a orillas del río Misuri, en el Medio Oeste de Estados Unidos, informaba a sus lectores de «un descubrimiento terrorífico» que se había producido a casi 7500 kilómetros de distancia. Citando al corresponsal del London Star en la capital de España, contaba lo siguiente:

Un hecho más bien terrorífico ha causado una considerable excitación aquí en las últimas semanas. A unos cientos de yardas de la nueva plaza del Dos de Mayo, inaugurada el día 2 del mes en curso, hay un lugar llamado Cruz del Quemadero. Es un terreno de unos trescientos metros cuadrados, por encima de la Calle Ancha de San Bernardo, cerca del hospital construido por la antigua reina. Recientemente se abrió a través de dicho terreno una nueva calle y, dada su elevación, hubo que excavar una zanja considerable. Los obreros descubrieron varios estratos horizontales de aspecto peculiar y formación regular. Uno tenía 150 pies de largo, otro 50, otro diez, y el grosor oscilaba entre los ocho y los ochenta centímetros. El color era negro, siendo los estratos inferiores mucho más negros que los superiores. Al ser examinado, se hallaron trozos de madera carbonizada mezclados con cenizas, resto, evidentemente, de algún fuego de proporción considerable. La curiosidad se avivó rápidamente y posteriores investigaciones mostraron que en algunas partes de esos estratos de feo aspecto los dedos daban con pequeñas porciones de materia adiposa, que cedían al tacto como si fueran de mantequilla. Se desenterraron argollas de hierro, huesos humanos, un cráneo y un largo mechón de cabello perteneciente a alguna mujer. Todo más o menos carbonizado. Algunos de los hierros se hallaban parcialmente fundidos, y la textura del hueso, mezclado con arena, era claramente discernible. También apareció una mordaza. La pregunta «¿qué son todos esos lúgubres registros?» obtuvo respuesta inmediata: ese campo de la Cruz del Quemadero fue el lugar donde la Inquisición dio cuenta de algunas de sus víctimas.

White Cloud Kansas Chief, 8 de julio de 1869 .

El hallazgo se había producido unos meses antes, en abril de 1869, cuando la construcción del Ensanche madrileño empezó a incorporar las áreas apenas habitadas al norte de la ciudad. Lo anunció el Boletín Oficial del Ayuntamiento, en un artículo con un título en latín que los lectores de 1869 eran aún capaces de reconocer: «Álzate, Señor, y juzga tu causa»; el viejo lema de la Inquisición española:

EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM

La casualidad acaba probablemente de descubrir una horrenda huella del negro tribunal que tenia por meta este terrible lema.

En las afueras de la calle Ancha de San Bernardo, poco mas allá del Hospital, á la derecha, en el sitio conocido por la Cruz del Quemadero, y señalado en obras y escrituras antiguas como brasero para los autos de fé, al hacer unos desmontes para regularizar la rasante y alinear la Ronda hasta la que fué puerta de Bilbao, han aparecido grandes fajas negras horizontales, irregulares, alguna de 150 piés de longitud. […] Es, en una palabra, el archivo geológico de las quemas de la Inquisición, presentado en capas del brasero, que demuestran el crecimiento, el apogeo y la decadencia de las hogueras graduadas por las dimensiones de las fajas. Estas son de carbón pulverizado, grasiento, y entre ellas se encuentran algún hueso y algún trozo de soga carbonizada.

Boletín del Ayuntamiento de Madrid, 12 de abril de 1869.

Durante semanas, los madrileños acudían al lugar a curiosear y se llevaban reliquias, hasta el punto de que el Ayuntamiento tuvo que vallar la zona y prohibir el acceso: «Desde que se descubrieron en el sitio del antiguo quemadero de la Inquisición las capas de cenizas, resto de los antiguos autos de fé, casi todos los días van diferentes personas á recoger alguna porción de aquel detritus, en el que se suelen encontrar huesos y pedazos de telas y cuerdas medio carbonizadas», decía el diario La Correspondencia. Los liberales, que se aplicaban entonces a la conquista del espacio público, tras el destronamiento de Isabel II el año anterior, organizaron manifestaciones multitudinarias exigiendo que se honrara la memoria de las víctimas: «Que se dé un corte á todo el perímetro del brasero, que su contorno quede intacto, y que, defendido por una verja, sea la base de una alta montaña artificial, sobre la cual se coloque una estátua colosal de la libertad, rompliendo la tea de la Inquisicion», exigía el diario liberal El Imparcial, el 8 de mayo de 1869. Uno de los principales valedores de la idea fue José Echegaray, el que décadas después se convertiría en primer Nobel español y que entonces era académico de Ciencias Exactas y director general de Obras Públicas, y poco después sería nombrado ministro de Fomento. Echegaray era la bestia negra de los conservadores, que por su defensa de la libertad religiosa lo consideraban un enemigo de la Iglesia y un ofensor de los sentimientos religiosos de los españoles.

Manifestación en la Cruz del Quemadero. El Panorama, 30 de junio de 1869.

La prensa conservadora reaccionó con mucha virulencia, ridiculizando el hallazgo y atribuyéndolo a una campaña de desprestigio contra la Iglesia. Se popularizó el argumento de que aquellos restos eran de una antigua fábrica de hules, que lo que se tomaba por huesos y cabellos humanos eran en realidad de animales, y que lo que se creyó mordaza de hierro era una herradura. Para proteger a la Iglesia, decían asimismo que las hogueras no eran cosa solo de la Inquisición, sino que también, y sobre todo, la justicia seglar había ajusticiado y quemado en Madrid a «los monederos falsos, los sodomitas, los traidores y otros varios delin­cuentes» (El Pensamiento Español, 12 de mayo de 1869), como queriendo decir que ese tipo de personajes no merecían que se armara tanto alboroto.

Los problemas de la memoria histórica

Para entender el debate, hay que situarse en el contexto de la época. En 1869 España acababa de entrar entonces en el llamado «sexenio democrático», que se había inaugurado el año anterior con el destronamiento revolucionario de Isabel II y que acabaría en la proclamación de la efímera Primera República. El Ayuntamiento de Madrid estaba entonces gobernado por los liberales y el hallazgo de lo que se creía la «horrenda huella del negro tribunal», como decía el Boletín Oficial, no era solo un eco del pasado, sino un asunto de la mayor relevancia política en aquel momento. La Inquisición española había sido una de las grandes protagonistas del Antiguo Régimen. Creada para defender la fe católica, había acabado por perseguir una amplia variedad de conductas, desde las relacionadas con lo que se consideraban amenazas a la ortodoxia religiosa (actuando contra las creencias no cristianas de moriscos y judaizantes, así como contra luteranos y otras formas no hegemónicas de cristianismo) a los delitos contra la moral sexual, las conductas calificadas como brujería y otras.

Pedro Berruguete, Auto de fe presidido por Santo Domingo de Guzmán (detalle),
1493-1499.

El corresponsal del London Star citaba unos datos frecuentemente manejados en la España del XIX y que se debían al sacerdote Juan Antonio Llorente (1756-1823), comisario del Santo Oficio y encargado por sus superiores, en los últimos años del siglo XVIII, de la elaboración de un informe sobre los procesos de la Inquisición. Llorente contabilizó en 270.736 las víctimas mortales de la Inquisición española: 221.985 bajo torturas y penas menores, 31.092 quemadas vivas y 17.659 ajusticiadas y luego quemadas. En conjunto, Llorente estimaba que la Inquisición había afectado a lo largo de su historia a doce millones de personas en España, incluidos los judíos y moriscos expulsados. Su informe causó, como es lógico, bastante polémica y fue ampliamente usado por los liberales.

La abolición de la Inquisición fue durante décadas uno de los caballos de batalla entre liberales y partidarios del Antiguo Régimen. La suprimieron Napoleón y su hermano José I, rey de España, en 1808; la abolieron también, por mayoría absoluta, las Cortes de Cádiz en 1812; la restauró Fernando VII de Borbón en 1814; fue nuevamente abolida durante el Trienio Liberal (1820-1823), y nuevamente rehabilitada bajo el nombre de Junta de Fe durante la Década Ominosa o segunda restauración del absolutismo (1823-1833). En esos años, el santo Oficio se cobró su última víctima mortal: el maestro de escuela valenciano Gaietà (o Cayetano) Ripoll, ejecutado en la horca por herejía en 1826 y enterrado en un tonel pintado con llamas, a modo de hoguera simbólica. El hecho había provocado una gran conmoción en toda Europa. Finalmente, la desaparición definitiva de la Inquisición y sus variantes se firmó el 15 de julio de 1834, durante el gobierno liberal de Francisco Martínez de la Rosa, bajo la regencia de María Cristina de Borbón. Es decir, apenas 30 años antes de los hallazgos en la Cruz del Quemadero. Es fácil entender por qué estos adquirían tanta importancia simbólica en la retórica política del momento, similar a la que puede tener hoy la memoria de la guerra civil y la represión franquista.

La Cruz del Quemadero

Los hallazgos de 1869 cayeron en el olvido un tiempo después. La urbanización siguió su curso y nada recuerda hoy el emplazamiento del supuesto quemadero. Pero hoy podemos preguntarnos: ¿existió? Y si existió, ¿dónde estaba? La toponimia madrileña sí registraba un lugar llamado Cruz del Quemadero, como dice el Boletín del Ayuntamiento. Encontramos ejemplos en numerosos documentos de la época, que aluden a una zona extramuros, escasamente poblada.

Noticia de una pendencia en la Cruz del Quemadero. La España, 3 de febrero de 1850.

Por ejemplo, la Gaceta de Madrid del 2 de diciembre de 1800 se refiere a él como un «sitio» inmediato a la puerta de Santo Domingo, «que vulgarmente llaman de Fuencarral» y anuncia la subasta de un «corral, casita y tierra», propiedad de un banco y quizás producto, de un deshaucio. En 1822 el Diario de Madrid domiciliaba en la Cruz del Quemadero a uno de los prófugos del sorteo del servicio militar, curiosamente llamados para sustituir a otros que a su vez habían sido declarados también prófugos. Es conocido el rechazo popular que generaban las quintas, el servicio obligatorio en el ejército, del que muchos preferían huir. Existen también varias referencias a un parador rodeado de tascas y ventorrillos, escenario ocasional de pendencias, accidentes y otros hechos luctuosos, así como a la existencia de cementerios en los alrededores. El Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz (1845-1850) ubica la Cruz del Quemadero entre las dependencias de la parroquia de San Marcos, como un lugar situado en las afueras, junto a la puerta de Fuencarral, y en el que censaba a 37 «vecinos» (es decir, cabezas de familia) y 798 «almas» (habitantes en general); pocas en comparación con las 13.075 almas que tenía el conjunto de la parroquia.

Parece claro entonces que se llamaba Cruz del Quemadero a un espacio situado a las afueras de la puerta de Fuencarral, junto a los caminos del antiguo pueblo de Fuencarral y de Alcobendas, y que debía seguramente el nombre a la existencia de una cruz conmemorativa o un humilladero. El Boletín del Ayuntamiento sítua los tétricos hallazgos de 1869 al final y a la derecha de la Calle Ancha de San Bernardo, en el arranque de la entonces llamada ronda de Bilbao. Esta comunicaba la puerta de Fuencarral o de San Bernardo, situada al final de la calle de San Bernardo, con la puerta de Bilbao o de los Pozos de la Nieve, que estaba al final de la calle de Fuencarral. La ronda de Bilbao corresponde a la actual calle Carranza, entre las glorietas de Ruiz Jiménez y Bilbao, y los hallazgos se produjeron seguramente en la parcela al norte de la misma. Era entonces el límite de Madrid, definido por la antigua cerca de Felipe IV, que a finales del siglo XIX se estaba urbanizando con la construcción del Ensanche Norte. El plano de José del Pilar, de 1866, muestra el estado de la zona poco antes de los hallazgos y, mediante el punteado, las actuaciones previstas.

Plano de José del Pilar, 1866.
Aspecto actual (Google Maps).

Sin embargo, como hemos visto no todo el mundo estaba de acuerdo con la autenticidad del descubrimiento. Ramón de Mesonero Romanos, cronista de Madrid, si bien admitía en su obra El antiguo Madrid: paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa (1881) que había existido un quemadero de la Inquisición a la salida de la puerta de Fuencarral, no lo situaba en el lugar donde los liberales decían, sino en el solar de enfrente, a la izquierda de la calle de San Bernardo, donde unos años antes se había construido el Hospital de la Princesa. Con lo cual, consideraba que los hallazgos de 1869 y los discursos políticos subsiguientes carecían de base, y además eliminaba la posibilidad de que se construyera ningún monumento similar al que habían pedido los liberales, puesto que los terrenos estaban ya ocupados por el hospital. Mesonero había sido liberal en su juventud, pero al final de su vida, en la época en la que publicó el libro, había evolucionado hacia posiciones conservadoras:

Efectivamente en este solar [del Hospital] se levantó la hoguera en el famoso auto de fe de 30 de Agosto de 1680, cuya relación, formada por el maestro de la villa José del Olmo, que dirigió la función, dice terminantemente que «dicho quemadero estaba saliendo de la puerta de Santo Domingo, como unos 200 pasos a la izquierda». Todo lo que se habló en las Cortes en 1870 con motivo del desmonte del sitio frontero e invención en él de huesos calcinados y trenzas incombustibles, cae por su base diciendo que no era éste el sitio de las ejecuciones, sino el que tenía enfrente, a la izquierda de la puerta, que es el que fue antes conocido por la Cruz del Quemadero, y que está señalado con ella en el plano de 1656.

El antiguo Madrid: paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa, tomo II, nota 63.

El auto de fe de 1680

Francisco Rizi, Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid, 1683.

No obstante, Ramón de Mesonero Romanos no estaba del todo en lo cierto. ¿En qué parece equivocarse? La ubicación del brasero está, efectivamente, acreditada por el relato del gran auto de fe celebrado en la Plaza Mayor en junio (no agosto) de 1680, bajo la presidencia de Carlos II. No parece ser el único ajusticiamento practicado en la zona, pues existen otras referencias históricas al lugar. Pero el auto de fe de 1680 es muy conocido en todos sus detalles gracias a que José del Olmo, un cortesano y familiar de la Inquisición, lo describió extensamente en la titulada Relacion historica del auto general de fe que se celebro en Madrid este Año de 1680, que incluía el grabado hecho por Gregorio Fosman que encabeza este artículo. Poco después, el pintor Francisco Rizi se inspiró en el mismo para un famoso óleo.

Puerta de Fuencarral y camino de Alcobendas en el plano de Texeira (1656).

En aquel teatro (así es como se llamaba a la puesta en escena de la justicia) fueron exhibidas 118 personas, ya condenadas a diferentes penas. La mayoría lo eran por judaizantes, varias por estafa, brujería y otros cargos y uno por «mahometano», un muchacho de Cádiz llamado Lázaro Fernández «alias Mustafá» (p. 60), que fue uno de los 21 relajados, o sea aquellos que eran entregados a la justicia secular para ser ajusticiados. Todos salían al auto con la condena reflejada en el atuendo. Los destinados a la hoguera llevaban «coroza y capotillos de llamas» (p. 56), unos gorros y capotes en los que estaba pintada la suerte que les esperaba. Si además eran pertinaces, porque no habían mostrado signo de arrepentimiento, a las llamas se les añadía el dibujo de unos dragones, y pasaban la ceremonia maniatados y amordazados (recordemos que según la crónica del corresponsal inglés, entre las cenizas se halló una mordaza). En esa situación estaban 12 de los condenados, entre ellos Mustafá. La Relación cuenta cómo a las cuatro de la tarde del 30 de junio, después de ocho horas de auto en la Plaza Mayor, a los 21 relajados «[…] los bajaron por la calle de los Boteros, y volviendo á mano izquierda por la calle Mayor , salieron por la calle de los Bordadores á la plazuela de las Descalzas Reales y de san Martin , y de alli por el camino mas breve pasaron á la plazuela de santo Domingo y tomaron via recta por la calle de san Bernardo, llegaron por la puerta de Fuencarral hasta el brasero» (p. 60).

El brasero era una pira de leña «de sesenta pies en cuadro y de siete pies en alto, y se subia á él por una escalera de fábrica del ancho de siete pies» (pp. 74-75) , es decir, de algo más de 16 metros de lado y de unos dos metros de alto. En ella se colocaban, alineados, los postes a los que se ataba a los condenados. Unos, los reducidos o penitentes, eran previamente estrangulados mediante garrote vil como una manera de aligerar el sufrimiento, mientras que los pertinaces o impenitentes eran quemados vivos. Algunos reos, por último, eran quemados en estatua, es decir, simbólicamente, si eran fugados a los que no se había podido dar caza o habían muerto durante el proceso. Después, las hogueras ardían toda la noche hasta reducir los cuerpos a cenizas:

Fuéronse egecutando los suplicios , dando primero garrote á los reducidos, y luego aplicando el fuego á los pertinaces, que fueron quemados vivos con no pocas señas de impaciencia, despecho y desesperación. Y echando todos los cadáveres en el fuego los verdugos le fomentaron con la leña hasta acabarlos de convertir en ceniza, que seria como á las nueve de la mañana (p. 76).

La discutida ubicación del brasero

Camino de Fuencarral en el plano de Mancelli (1620).

La Relación dice que el brasero estaba «á la mano izquierda inmediato al camino derecho de Fuencarral, distante como trescientos pasos de la puerta» (p. 51). ¿Qué es el «camino derecho de Fuencarral»? En el plano de Mancelli (1620), se identifica como camino de Fuencarral al que continúa la calle de San Bernardo hacia el norte. Sin embargo, en el plano de Texeira (1656), más cercano en el tiempo al auto de fe, el mismo camino recibe el nombre de camino de Alcobendas, mientras que el de Fuencarral aparece más a la derecha, partiendo de la puerta de los Pozos de la Nieve o de Bilbao, al final de la calle de Fuencarral. Ambos caminos, probablemente, se unían más al norte, como hacen hoy las calles de San Bernardo y Fuencarral en la glorieta de Quevedo, y continuaba ya como una única vía por lo que es hoy la calle de Bravo Murillo. Tendría sentido entonces pensar que hubiera un camino izquierdo y un camino derecho de Fuencarral y que la Relación se refiera a este último. En ese caso, podría entenderse que el brasero estaba en el lado izquierdo del camino y junto al mismo, pero a mano derecha según se salía por la puerta de Fuencarral. Esto casaría mejor con la distancia de trescientos pasos (o doscientos, según Mesonero) que había entre la puerta y el brasero, ya que el solar del Hospital de la Princesa estaba situado junto a la puerta y por tanto la distancia no superaría los veinte pasos.

Caminos de Alcobendas y Fuencarral en el plano de W. B. Clarke (1831).

En cuanto a la cruz que, según Mesoneros, señalaba la ubicación del brasero en el plano de 1656, podemos ver que no es cierto: ese plano no muestra cruz alguna en esa zona. Donde sí aparece la que podría ser Cruz del Quemadero, que daría nombre a la zona, es en sendos planos realizados en la segunda mitad del siglo XVIII, uno por el grabador francés Nicolas Chalmandrier para Carlos III en 1761, y otro por Antonio Espinosa de los Monteros para el conde de Aranda en 1769. En el primero se aprecia una pequeña cruz más arriba de la puerta de Fuencarral, en el punto en el que se juntan las dos hojas del plano. La misma cruz aparece, de forma mucho más nítida, en el plano de Espinosa de los Monteros, así como el cerrillo sobre el que se alzaba. En ambos casos la cruz se halla a la izquierda de la puerta, justo al norte del solar en el que se construiría el Hospital de la Princesa, y no en el mismo solar. Pero, en cualquier caso, se trata probablemente de un humilladero de los que solían ponerse en las entradas de las ciudades y en las encrucijadas de caminos. Si era esta construcción la que se llamaba propiamente «cruz del Quemadero», no necesariamente debe pensarse que se alzaba sobre el lugar preciso del lugar de ejecuciones, sino más bien, probablemente, en la encrucijada de caminos más cercana a la puerta. El plano de Tomás López de 1785, el de Juan López de 1810 y el de Clarke de 1831 no muestran ninguna cruz.

La cruz representada en el Plano geométrico y histórico de la Villa de Madrid y sus contornos, de Nicolas Chalmandrier (1761) y el Plano topográphico de la Villa y Corte de Madrid , de Antonio Espinosa de los Monteros (1769).

Un grabado del pintor romántico y dibujante de origen escocés David Roberts muestra la entrada a Madrid por la puerta de Fuencarral en 1833. A la derecha de la imagen parece verse el cerro donde después se construyó el Hospital de la Princesa. No se aprecia ninguna cruz sobre el mismo, donde lo que sí hay es una casa con una chimenea humeante. Quizás sea la posada de la Cruz del Quemadero a la que se nombra ocasionalmente en la prensa de la época. Sí puede verse, en cambio, una cruz pequeña al borde del camino, y otra en el lado izquierdo de la puerta de Fuencarral. Todo esto, en fin, no aclara gran cosa, pero al menos permite observar que el terreno era muy accidentado, de ahí que al construir el Ensanche tuvieran que hacer los desmontes que condujeron a los hallazgos de 1689.

David Roberts, Entrada a Madrid por la Puerta de Fuencarral, 1833.

El Hospital de la Princesa, que según Mesonero se habría edificado sobre el auténtico solar del quemadero, se empezó a construir el 16 de octubre de 1852 y se inauguró en abril de 1857. Estuvo allí hasta la guerra civil, en que fue trasladado al barrio de Salamanca para protegerlo de los obuses que se lanzaban desde la Casa de Campo. En la actualidad, ocupa su lugar la manzana de viviendas delimitada por las calles de San Bernardo, Acuerdo, Santa Cruz de Marcenado y Alberto Aguilera. Cuando se construyó el Hospital, la prensa se hizo eco de la antigua existencia de un quemadero de la Inquisición en el lugar, pero sin que ello permita precisar dónde exactamente. Debe tenerse en cuenta que la denominación de «Cruz del Quemadero» correspondía a un área amplia, y aun así, algunos periódicos decían que el hospital se estaba construyendo en la Cruz del Quemadero, mientras que otros afirmaban que se alzaba junto a ese lugar.

Como en Madrid es tradición, desde los tiempos de Felipe II, que ningún hallazgo de relevancia arqueológica o histórica estorbe los planes urbanísticos, los descubrimientos de 1869 quedaron en nada. La cosa cayó en el olvido, la construcción del Ensanche siguió su curso y nada hoy recuerda el lugar. Sí existen en la Villa otros recuerdos más o menos evidentes o velados de la Inquisición, pero eso ya sería materia para otro artículo.