La medina de Maŷrit

José Manuel Castellanos Oñate

Nota editorial: este artículo fue publicado originalmente en 2011, en el libro De Maŷrit a Madrid: Madrid y los árabes, del siglo IX al siglo XXI, ed. de Daniel Gil, Madrid: Casa Árabe/Lunwerg, 2011. Lo reproducimos aquí con permiso del autor, que ha facilitado asimismo las imágenes que acompañaban al artículo original. José Manuel Castellanos es uno de los investigadores más conocidos de la historia del Madrid medieval y autor del blog madrid-medieval.blogspot.com. En este artículo desarrolla una hipótesis original sobre la ubicación del alcázar de Madrid. También sigue la discutida idea de la existencia de barrios separados para cristianos y musulmanes.

La ciudad musulmana

El primitivo Maŷrit, punto de partida histórico de la ciudad actual, fue fundado por el emir Muhammad I como bastión militar situado sobre la colina en la que siglos después se construiría la catedral de la Almudena. El primitivo recinto fortificado no ocupó más de cuatro hectáreas de terreno; de su perímetro amurallado de 760 metros hemos recuperado una cuarta parte gracias a las excavaciones realizadas en la cuesta de la Vega y en la plaza de la Armería. Se cree que esta primera fortificación pudo haber sido reparada por ‘Abd al-Rahman III a mediados del siglo X, y ampliada por al-Hakam II o su hijo Hisham II al acabar dicho siglo.

La fortaleza emiral se construyó en un cerro protegido por defensas naturales en tres de sus lados. Al norte quedaba flanqueado por una hendidura del terreno que lo separaba de la colina que dos siglos después acogió al alcázar cristiano; al oeste se cortaba bruscamente en el escarpe sobre la vega, y al sur moría en el barranco luego llamado de San Pedro (ahora calle de Segovia), cauce permanente que desaguaba en el relativamente lejano Manzanares. El terreno sólo era desfavorable por oriente: allí la plataforma se elevaba bruscamente hasta los altos de Rebeque (esquina noreste del recinto) y a partir de ese punto mantenía un suave pero ininterrumpido ascenso. Las excavaciones de la cuesta de la Vega documentaron un pequeño cauce natural que desde la zona central del cerro tomaba dirección suroeste y vertía sus aguas en el arroyo de San Pedro.

Vista actual de la cornisa del Palacio Real y catedral de la Almudena, tras las murallas que dibujó Anton van der Vyngaerde en 1562. La parte encuadrada en blanco corresponde al flanco occidental del recinto emiral. El vallejo de la derecha es el arroyo de San Pedro, actual calle de Segovia (José Manuel Castellanos).

La nueva ciudadela contó con un pequeño castillo todavía no localizado y un reducido caserío de trazado viario concéntrico con la propia muralla. Ésta se construyó con bloques de caliza y de pedernal (mampuestos y sillares), trabados con argamasa de cal y arena. El espesor  de los lienzos variaba entre 2,30 y 3,30 metros, según las zonas, y su altura total alcanzaba un máximo de 14 metros, incluyendo 3 metros de zarpa escalonada en la base del muro y 2 de cimiento bajo la rasante del terreno.

Los muros se levantaron sobre zanjas corridas de fundación. Quedaban coronados por un adarve protegido con merlones de contorno rectangular, y según los restos y documentos conservados carecían de aspilleras u otras defensas adicionales. Las torres se situaban, por término medio, cada 15 metros, su anchura rondaba los 3, y sobresalían de la muralla unos 2 metros y medio; en todos los casos, su altura superaba la de los lienzos de muro contiguos. El primitivo recinto emiral pudo disponer en total de unas 35 torres.

Fragmento del plano de Pedro Texeira de 1656, en el que se han resaltado los restos de muralla islámica visibles en él. (José Manuel Castellanos.)

El principal acceso fue, seguramente, la puerta de la Vega (sobre la actual calle Mayor, junto al último giro que la convierte en cuesta de la Vega), orientada hacia el suroeste y estratégicamente situada sobre el escarpe de la vega. Según el cronista Jerónimo de Quintana, era una entrada estrecha y recta, sin recodos, defendida por una única «torre cauallero», con dos estancias guarnecidas «con vna recia hoja de hierro y vna muy fuerte clauazón»: la exterior tenía en su bóveda una buhedera u orificio por el que se arrojaban objetos contundentes sobre los atacantes, y desde la interior se accedía al cuerpo alto del torreón y al adarve de las murallas.

Es la primera puerta documentada de todas las de la villa, pues ya aparece como «portam albegam» en un texto de 1152 . Hasta el siglo XV mantiene la denominación arábiga (por ejemplo, Albeda en 1422 y Aluega en 1484), y a partir de ese momento predomina la castellanizada Vega. Tomó nombre de la vega del Manzanares hacia la que se abría. La puerta original duró al menos hasta el siglo XVII; se reconstruyó en 1708 y 1820, y desapareció a mediados del siglo XIX.

Reconstrucción ideal de la puerta de la Vega. (José Manuel Castellanos.)

El arco de la Almudena se situaba también en la calle Mayor, junto a la esquina noreste del palacio de Uceda. El portal primitivo se derribó hacia 1550 y fue sustituido por otro más amplio con tres arcos de ladrillo. En 1569 se demolió definitivamente.

Las únicas representaciones conocidas del portal medieval son el dibujo de Wyngaerde, muy esquemático (en él se adivina una puerta situada en el propio cuerpo de un gran torreón), y el croquis de Cristóbal de Villarreal: según éste, era de acceso recto bajo arco de medio punto, con una sola torre defensiva. Tal estructura coincide con la denominación «arco y torre del Almudena» recogida en actas concejiles de principios del siglo XVI. Se menciona por primera vez en 1515, mucho después que las puertas posteriores del recinto cristiano; en esas décadas, se nombra casi siempre como arco del Almudena.[1]

Fragmento del croquis de Cristóbal de Villarreal de 1549. Se ha resaltado la parte del dibujo que representa la muralla islámica, en la medianería de la finca situada entre las calles actuales del Factor y de la Almudena. (Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Planos y Dibujos: Desglosados 0199.) (José Manuel Castellanos.)

La existencia en época islámica de la puerta de Sagra, tercera del recinto musulmán, es puramente hipotética, sin otro fundamento que la conveniencia de dar a dicho recinto una salida al norte. La puerta existió, efectivamente, pero todos los datos conocidos la asocian a la muralla cristiana; cabría imaginarla situada hacia la mitad del sector septentrional de la muralla emiral. Su mención más antigua es de 1190 («portam de sacra in arravalde»), y seguramente ya no correspondía a la supuesta puerta original abierta en el recinto musulmán. La denominación (Sacra, Sagra, Xagra o Asagra en distintos documentos de los siglos XV y anteriores) indicaría la cercanía del portal al «campo» o «espacio agrícola».

La medina y los arrabales

Las recientes excavaciones de la plaza de la Armería han descubierto parte del entramado urbano y caserío primitivos de la medina: calles concéntricas de una anchura no superior a tres metros, corriendo contigua a la muralla la más exterior, como paseo de ronda. Las viviendas ocupaban en planta unos noventa metros cuadrados, y tenían a la entrada un zaguán o establo que comunicaba con un patio con pozo que daba paso a las dos estancias que componían la zona habitable; no se han hallado restos de escaleras, pero se presume que contasen con una planta alta en la que habría otras salas.[2] Los muros eran de piedra o de ladrillo. Estas mismas casas continuaron habitándose por vecinos cristianos hasta finales del siglo XIV.

La medina y los arrabales de Maŷrit (José Manuel Castellanos).

La medina contó con una mezquita mayor, que según la tradición se convirtió luego en iglesia de Santa María. No hay constancia de otros oratorios musulmanes dentro del recinto amurallado, pero una provisión de Fernando I de 1478 menciona «un solar questá a la puerta de Alvega, el qual tiene en medio un alminar». Dicho texto, al que quizá no se ha prestado la debida atención, deja abierta la posibilidad de que la ciudad fortificada contara, al menos, con otra mezquita.

En pocas décadas, el crecimiento de la población originó la formación de arrabales no fortificados extramuros, nacidos a partir de pequeñas explotaciones rurales que con el tiempo se consolidaron y adquirieron carácter urbano: uno hacia el este[3] y, salvando el barranco de San Pedro, otro hacia el sur. En el momento de la ocupación cristiana en el año 1085, estos arrabales se habían compactado y su extensión determinó el itinerario de la nueva muralla. En su solar han pervivido silos de almacenamiento, fosas basurero y pozos de agua datables a partir del siglo IX, pero prácticamente ninguna estructura de vivienda.

El arrabal meridional pudo estar ocupado por población mozárabe; si fue así, habría nacido al amparo de una primitiva iglesia de San Andrés, extendiéndose luego sobre la ladera que hay entre el templo y el arroyo de San Pedro. El oriental, por contra, sería de población musulmana, y quizá tuvo su lugar de culto en una pequeña mezquita cuyo alminar se habría convertido después en torre mudéjar de la iglesia de San Nicolás.

Poco se sabe del cementerio islámico, situado extramuros y nombrado «huesa del Raf» en época medieval cristiana. Los documentos parecen localizarlo en el sector sureste de la plaza de Oriente, pero una parte de los pozos y silos islámicos encontrados en esta zona se solapan con dicho enclave, lo cual lo invalida parcialmente. Así, habríamos de trasladarlo ligeramente hacia el noreste (centrándolo sobre la calle de Carlos III), ubicación ésta que acerca la necrópolis a la torre de los Huesos, perteneciente a la posterior muralla cristiana y cuyo nombre provenía de su proximidad al cementerio.

Entre las plazas fuertes que construyó Muhammad I destacan las de Calatrava la Vieja, Talamanca de Jarama y Madrid, las tres con idéntica estructura: sobre un cerro no muy acusado, junto a un río que abastece de agua y protege, y con el castillo o alcázar en el flaco más próximo al curso fluvial. la mayor de estas tres, Talamanca, tiene un perímetro de 1200 metros y una extensión de 9 hectáreas; Madrid (760m, 4 Ha) y Calatrava (870 m, 5 Ha), son más reducidas. (José Manuel Castellanos.)

Población, economía y cultura

Maŷrit nació como plaza militar, quizá con el carácter de ribat al que acudían algunos musulmanes para hacer la guerra santa. Así, en los primeros momentos habría sido habitada exclusivamente por la guarnición militar (beréberes en su mayor parte), sus familiares y servidores, pero con el tiempo se iría incrementando la población civil necesaria para el mantenimiento de la plaza, y al poco la ciudad adquirió cierta pujanza agrícola y artesanal. Siendo demasiado reducido el recinto fortificado, comenzaron a proliferar extramuros los huertos y los cultivos, sobre todo en las zonas del Pozacho y la Sagra, que recibían agua abundante de los arroyos de San Pedro y del Arenal, respectivamente. Los alrededores de la fortaleza, según revelaron las excavaciones de la plaza de Oriente, contaban con zonas boscosas y vegetación densa.

Los artesanos maŷritíes (curtidores, fontaneros, alfareros, herreros) cobraron fama y sus técnicas artesanales continuaron utilizándose en Madrid durante mucho tiempo: de hecho, hasta el final del siglo XV el sector de la construcción estuvo prácticamente monopolizado en la villa por alarifes mudéjares. Tenemos referencias de las bondades de estos artesanos y de las materias primas que utilizaban: así, el geógrafo árabe al-Himyari (en su Kitab rawd al-mi‘tar) afirmó que «hay en Maŷrit una tierra de la que se hacen pucheros, los cuales se pueden utilizar, poniéndolos al fuego, durante veinte años, sin que se rompan. El alimento que en ellos se deposita no se altera además con el calor de la atmósfera». El comercio se focalizaba, seguramente, en las plazas actuales de la Paja y de la Villa.

Maŷrit fue también un enclave cultural que atrajo a bastantes intelectuales y científicos y vio nacer en su seno a otros tantos. La extensa nómina de madrileños de relieve elaborada por Oliver Asín para esta época incluye a filólogos, jurisconsultos, polígrafos, historiadores, comentaristas del Corán, matemáticos y astrónomos, unas veces hijos de la villa y otras forasteros llegados a ella a partir del siglo X. El más antiguo de todos, Maslama al-Maŷriti, añadió a su nombre el apelativo «el madrileño», que a partir de él se convertiría en motivo de orgullo para los naturales de la villa.

Vista aérea desde el oeste. 1: puerta de la Vega; 2: arco de la Almudena; 3. puerta de Sagra; 4: torre Narigues; 5: coracha; 6: mezquita mayor; 7: cementerio islámico; 8: ¿atalaya? Esta y las demás reconstrucciones que ilustran el artículo recogen la hipótesis que se desarrolla al final del mismo. (José Manuel Castellanos.)

Los viajes de agua

En la campaña arqueológica realizada en la plaza de los Carros en 1983 se recuperó un viaje de agua de cronología musulmana de 10 metros de longitud, con sección rectangular, canal en el fondo y andén sobreelevado, que seguía una trayectoria aproximada este-oeste. Es el único viaje de esa época documentado en Madrid.

Estos viajes o qanats constituyen un sistema de aprovechamiento de las aguas subterráneas originario del Medio Oriente e introducido en la Península Ibérica por los musulmanes. En un lugar alejado de la ciudad y más alto que ella se perforaban hasta atravesar por completo la capa freática una serie de pozos por cuyas paredes se drenaba el agua de los lentejones acuíferos tan abundantes en el subsuelo madrileño; estos pozos se comunicaban entre si mediante minas que confluían en otro pozo o arca colectora. A partir de él, una galería de conducción con revestimiento impermeable y situada ya sobre el nivel freático trasladaba el agua hasta un arca de distribución cercana a la ciudad. De ella salían nuevas canalizaciones que se bifurcaban a partir de arcas o cambijas y que conducían el agua hasta los puntos de consumo.

Las minas y galerías tenían entre cinco y cuarenta metros de profundidad, y precisaban un desnivel mínimo del 1 %. Cada cierto trecho disponían de pozos de aireación cubiertos con cascarones de ladrillo o losas de granito. Las galerías de captación no necesitaban un suelo impermeable, pero sí las de conducción y distribución: sus paredes, lo bastante altas como para permitir el paso de un hombre, se solían forrar de ladrillo y tenían en su fondo un andén para el mantenimiento y una cañería de barro cocido sin vidriar por la que discurría el agua.

El arranque de los viajes madrileños estaba siempre al noreste de la ciudad; sus longitudes oscilaban entre los 7 y los 12 kilómetros, y salvaban desniveles totales de 80 a 100 metros. Este sistema de abastecimiento de utilizó en la villa hasta la puesta en marcha del Canal de Isabel II, en 1858.

Es probable que en el Madrid musulmán la red de viajes de agua fuera muy reducida y abasteciera exclusivamente a los arrabales (a estas primeras captaciones pertenecería el resto hallado en la plaza de los Carros), pues el pequeño núcleo de la medina estaba bien surtido de agua: fuentes, pozos, norias, aljibes, el propio arroyo de San Pedro… Sólo a partir de la conquista cristiana y la llegada masiva de repobladores se hizo preciso disponer de mayor cantidad de agua y hubo que extender y ampliar la red primitiva, labor que, a buen seguro, fue encomendada a los alarifes y fontaneros mudéjares que habían permanecido en Madrid.

Teorías sobre el trazado de la muralla

La falta de restos y documentos relacionados con el sector septentrional de la muralla islámica y con el castillo emiral primitivo ha originado diversas propuestas que intentan completar la parte desconocida del trazado. Las distintas hipótesis habidas se resumen, básicamente, en las siguientes:

1. El recinto de las dos colinas. La ciudadela musulmana se extendía por los cerros de la Almudena y del Alcázar, y el castillo primitivo ocupaba el mismo solar de la posterior fortaleza cristiana. Apoyaron esta hipótesis Álvarez y Baena (1786), Oliver Asín (1959) y Molina Campuzano (1960). Más tarde se planteó la posibilidad de que además de este recinto principal Maŷrit hubiera conocido una pequeña ampliación hacia el este, no más allá de la plaza actual de la Villa, protegida con su propia muralla: Caballero Zoreda (1983) y Montero Vallejo (1987, nombrándola medinilla).

Hipótesis de Basilio Pavón Maldonado (1984-1985), publicada en Fernando Valdés, «El Madrid islámico. Notas para una discusión arqueológica» (1992).

2. El trazado de Pavón Maldonado. Basilio Pavón Maldonado (1984-1985) propone un trazado absolutamente personal, extendiendo la ciudadela islámica hasta las puertas cristianas de Guadalajara y Valnadú. Sitúa el castillo en el mismo lugar que el cristiano, e imagina un albacar independiente que ocupaba el cerro del Alcázar y la mitad septentrional del cerro de la Almudena.

3. El recinto emiral reducido. La ciudadela habría ocupado solamente la colina de la Almudena,[4] y el castillo se habría localizado en uno de estos dos lugares:

a) en la misma ubicación antes descrita, quedando ambos unidos por una única línea de muralla que bordeaba el escarpe sobre la vega: Marín Perellón (1987) y Mena Muñoz (1990), por dos líneas de muro construidas en época tardía: Retuerce Velasco (2004, aceptando la posibilidad de un castillo situado dentro de la ciudadela) o bien por un albacar también cercado a poniente y a levante: Malalana Ureña (1999) y Andréu Mediero (2001);

b) en el interior de la propia ciudadela, adosado a su esquina noroeste o al flanco meridional: Urgorri Casado (1954, aunque sólo sugerido en sus dibujos, sin una formulación explícita), Valdés Fernández (1990) y Fernández Ugalde (1996).

El castillo primitivo y la torre Narigues del Pozacho. Una hipótesis[5]

Quizá nunca lleguemos a fijar con garantías la localización exacta del primer castillo que tuvo Madrid. Pero en las últimas décadas, conjuntamente con la hipótesis del recinto emiral reducido, va ganando consistencia la teoría de una fortaleza inicial situada dentro de la ciudadela del cerro de la Almudena. El único documento que parece referirse a ese castillo es el del cronista Quintana cuando relata que «auía vn Castillo muy fuerte, que por serlo tanto, le llamauan fortaleza, y por otro nombre la Torre Narigues del Pozacho, por estar […]  junto a las aguas del Pozacho […], donde auía vn Castellano y gente de guarnición, el qual estaua enfrente del Alcázar junto a la Puerta de la vega a la parte del muro donde arriman las casas del Marqués de Pobar, que son casi frontero de la Iglesia Mayor de Santa María».

En lo que repecta a la famosa torre Narigues que sería en siglos posteriores enigmático recuerdo de la fortaleza que cita Quintana, sólo podemos valernos del testimonio de Diego de Valderrábano, montero mayor de Enrique IV, emitido en 1465, del cual se deduce que el torreón se encontraba en la propia línea del recinto amurallado exterior, entendiendo por tal el perímetro externo de los recintos musulmán y cristiano superpuestos, e intermedio entre las puertas de la Vega y de Moros.

Ambos textos parecen remitirnos a una primitiva fortaleza islámica, adosada al flanco meridional del recinto emiral y protegida al exterior por un antemuro sobre el que luego se habría levantado la pared sur del palacio de Uceda. La torre Narigues ocuparía la esquina occidental de ese antemuro y sería uno de los elementos característicos del complejo defensivo.

Además, la denominación de la famosa torre ¿tuvo algo que ver con la voz árabe nahr, ‘río’? A favor de ello, su proximidad al arroyo de San Pedro y la sospecha de más de un investigador (Caballero Zoreda, por ejemplo, en 1983, relacionándola directamente con la fuente de los Caños Viejos) de que el torreón hubiera formado parte de un sistema hidráulico para captación del agua de dicho arroyo. Con un esquema similar al de las corachas de Calatrava la Vieja, nuestra torre Narigues pudo haber sido el castellum aquae del complejo: el agua del arroyo (y quizá también del manadero que había en la actual plaza de la Cruz Verde, encañado siglos después más abajo y en la ladera opuesta como fuente de los Caños Viejos) sería captada y conducida por una acequia hacia la coracha y elevada luego mediante norias de relevo; discurriría después por gravedad a lo largo de la coronación de aquélla y se vertería en las cisternas del castellum, perdiendo impurezas mediante decantación, para finalmente ser distribuida al alcázar y al resto de la ciudad. El agua sobrante de la acequia llenaría una alberca o poza grande que se usaría para regar las huertas cercanas; con el tiempo, la propia alberca habría prestado el apelativo de Pozacho a toda la zona. El vertido de aguas sucias del recinto se realizaría aguas abajo del punto de captación, a través del arroyo que nacía en el propio cerro, para impedir que se mezclaran con el agua limpia.

Vista global desde el noreste. En primer término, el arroyo que pudo discurrir por la calle actual de la Escalinata; a continuación, el arrabal islámico. Al fondo a la izquierda, el arrabal mozárabe. (José Manuel Castellanos.)
Vista global desde el noroeste. A la izquierda, el arroyo del Arenal, la hipotética atalaya conservada en el aparcamiento de la plaza de Oriente, el cementerio de la huesa del Raf y el arrabal islámico. (José Manuel Castellanos.)
Vista global desde el sur. En primer término, el arrabal mozárabe; al fondo, el islámico. (José Manuel Castellanos.)
Sector sur de la medina, visto desde el vallejo de san Pedro. En primer término, el hipotético sistema hidráulico que abastecía de agua a la ciudadela; inmediatamente a continuación, la torre Narigües, la coracha y el castillo. Al fondo, la puerta de la Sagra. (José Manuel Castellanos.)
Sector norte de la medina, visto desde las inmediaciones de la puerta de Sagra. Intramuros, al fondo, la mezquita mayor y la entrada al castillo. En el exterior, el arrabal mozárabe a la derecha y el islámico a la izquierda. (José Manuel Castellanos.)

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Notas

[1] Todo ello (documentación tardía, predominio de la denominación arco y características del dibujo de Villarreal) llevan a cuestionar la verdadera naturaleza de la entrada, objetivamente más cercana a lo que pudiera haber sido un acceso al arrabal abierto sobre el propio muro en fecha tardía.

[2] El croquis de Cristóbal de Villarreal de 1549 muestra que a mediados del siglo XVI la mayor parte de las viviendas continuaban manteniendo, en lo esencial, el mismo esquema reseñado.

[3] Hasta el siglo XVI pervivió en Madrid el topónimo cristiano axarquía, derivado del árabe al-sharqiyya, ‘lo que está situado a oriente’.

[4] Los recientes hallazgos de la plaza de la Armería limitan mucho las posibles variantes en cuanto a la parte desconocida del trazado de la muralla y dan visos de verosimilitud a este recinto reducido, que, por otra parte, es el propuesto por la mayoría de los autores desde hace veinte años.

[5] En las reconstrucciones que se acompañan como ilustración se recoge la hipótesis que aquí desarrollo.