Los mudéjares y los moriscos de Madrid

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Juan Carlos de Miguel Rodríguez

Nota editorial: este artículo fue publicado originalmente en 2011, en el libro De Maŷrit a Madrid: Madrid y los árabes, del siglo IX al siglo XXI, ed. de Daniel Gil-Benumeya, Madrid: Casa Árabe/Lunwerg, 2011. Lo reproducimos aquí con permiso del autor. Juan Carlos de Miguel Rodríguez es jefe de servicio del Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores de España y autor del libro La comunidad mudéjar de Madrid: un modelo de análisis de aljamas mudéjares castellanas (1989), además de otros trabajos sobre la minoría musulmana en el Madrid medieval. Es también colaborador del Centro de Estudios sobre el Madrid Islámico (CEMI).

Durante la Plena y la Baja Edad Media, la ciudad de Madrid contó entre su población con un grupo mudéjar —población musulmana que vivía bajo dominio cristiano en virtud de una concesión real— que si bien no llegó a alcanzar un número de personas importante, si constituyó una comunidad relativamente homogénea, que tuvo cierta relevancia en la vida de la ciudad e, incluso, en el entorno de los propios reyes de Castilla.

La puerta de Moros fue el acceso al Madrid medieval más próximo al barrio de la Morería y al cementerio islámico. (Foto: Bernard Gagnon.)

Sus orígenes son inciertos pues, si bien tradicionalmente se ha pensado que este grupo se constituyó a raíz de la conquista castellana de la ciudad (1085), no existe ninguna referencia documental a población musulmana en la ciudad cristiana hasta el llamado Fuero de Madrid (1202). Es posible que después de la conquista de Alfonso VI se quedara en ella un grupo, no muy numeroso, de personas procedente de los estratos inferiores de la sociedad del Madrid andalusí, pero en ningún caso es verosímil pensar que pudieran organizarse política ni jurídicamente, puesto que su posición en el conjunto de la nueva sociedad tendría que ser, necesariamente, mala.

Con el tiempo, este pequeño grupo de población musulmana se fue incrementando con aportes formados, por un lado, por cautivos capturados por las milicias concejiles de la villa en las tierras de Al-Andalus; por otro por personas que, aun siendo de religión musulmana, pudieron emigrar a tierras castellanas, huyendo del rigorismo de los imperios almorávide y almohade y, por último, por población mudéjar de otras zonas de la Corona emigrada  a Madrid a medida que la ciudad crecía en importancia, como parecen indicarlo algunos apellidos de  familias mudéjares madrileñas, de origen toponímico, como Gormaz, que quizás hagan referencia a su procedencia geográfica.

De esta manera, entre los siglos XII y XIV, el volumen de población musulmana del Madrid cristiano debió incrementarse notablemente. No sabemos qué cantidad de personas formaban la comunidad en ese período. En el último cuarto del siglo XV la población mudéjar de Madrid rondaba las 250 personas, lo que supondría aproximadamente un 3 % del total de la población, una proporción pequeña, pero que situaba a la aljama madrileña entre las de tamaño considerable de toda la Corona.[1]

En la actual Comunidad Autónoma de Madrid existía otra aljama de cierta importancia, la de Alcalá de Henares, formada por unas ochenta o noventa personas y que en épocas anteriores pudo haber sido mayor.[2] Además en algunos lugares había algunas familias musulmanas que se integraban jurídicamente en una de las dos aljamas del territorio, la madrileña o la alcalaína. Así, había mudéjares en Barajas, Alcobendas, Móstoles, Pinto y Polvoranca, que dependían de la aljama madrileña, en Torrelaguna y Talamanca del Jarama, que pechaban con la aljama de Alcalá, y en Valdemoro, que se integraba en la aljama toledana de Illescas.

La Morería Vieja fue el principal y más antiguo de los dos barrios musulmanes que tuvo el Madrid medieval cristiano, aunque la presencia de mudéjares no se circunscribía a estos barrios, en los que también había vecinos cristianos. (Foto: Daniel Gil-Benumeya.)

Durante este mismo período la comunidad mudéjar madrileña se organizó jurídicamente, constituyéndose en aljama. Este hecho resulta trascendental para el conocimiento de esta población, ya que supone la conversión de un conjunto poblacional desestructurado y marginado en un grupo organizado, coherente y con capacidad de actuación como conjunto en la vida de la ciudad y, aunque con límites, con posibilidades de progreso individual. Las aljamas castellanas de la Edad Media eran los entes jurídicos que agrupaban a las poblaciones mudéjares de la Corona. La aljama ejercía la dirección interna y la representación o relaciones externas de la comunidad. Por encima de las aljamas locales, los monarcas castellanos crearon una estructura de gobierno mudéjar encabezada por el alcalde mayor de las aljamas de Castilla, pero no tuvo una gran eficacia ya que ni los concejos ni las propias aljamas locales aceptaron nunca de buen grado su autoridad. En realidad, este cargo terminó por ser más bien honorífico. Varios mudéjares de Madrid ocuparon este cargo en los siglos XIV y XV.

La aljama mudéjar madrileña aparece documentada por primera vez en 1329,[3] de forma que, posiblemente, se constituyó a finales del siglo XIII o comienzos del XIV. La aljama era el vehículo de representación externa de la comunidad y su mecanismo jurídico de funcionamiento interno. Su máxima autoridad era el alcalde, que era el juez de la comunidad y su máximo representante, aunque su jurisdicción se limitaba a los pleitos civiles entre miembros de la comunidad. Conocemos los nombres de algunos de estos alcaldes: en 1348 ejercía el cargo don Mahomad; en 1402, maestre Hamete; en 1500 lo hacía maestre Abrahén de San Salvador que era, además, alarife del Concejo.

Junto al alcalde, había en la aljama algunos alfaquíes, que actuaban como asesores del primero. Conocemos a varios: el alfaquí Alcahen (1404), don Abrahem (1411) y otro de nombre desconocido, a mediados del siglo XV. También existía un veedor,[4] que se dedicaba especialmente a los asuntos fiscales de la comunidad y a la administración de los bienes comunes de la aljama.

Íntimamente unida a la organización civil de la comunidad estaba la organización religiosa, que se articulaba también en torno a la aljama. Y es que ésta, además de una institución jurídica, era también una comunidad religiosa. De hecho, el vocablo aljama deriva del árabe al-yama῾a, que puede traducirse, precisamente, por comunidad. Obviamente, la organización religiosa de una aljama en territorio castellano era mucho más simple que de cualquier ciudad islámica de Al-Andalus, puesto que no ejercía ninguna función de dirección política ni podía desarrollar sus funciones religiosas en toda su amplitud, debido a las restricciones que las autoridades cristianas imponían a la práctica de la religión musulmana. La vida religiosa de la comunidad giraba en torno a la mezquita. En Madrid sólo había una, al menos en el siglo XV, que estaba situada en la Morería Vieja, en el cerro de las Vistillas. La aljama poseía también algunos bienes comunes: la carnicería que abastecía a los miembros de la comunidad, la casa de las bodas y el cementerio, que se encontraba en la actual plaza de la Cebada, a la salida de la Puerta de Moros.

La aljama dotaba de unidad y organización al grupo, lo cual no significa que no existieran en su seno diferencias de carácter socioeconómico que, a finales del siglo XV, podrían haber socavado sus lazos de cohesión interna. De hecho, si en un principio sus miembros tenían una posición social y económica bastante uniforme, en esa centuria las diferencias parecen ser bastantes grandes, de manera que se descubren tres grupos socioeconómicos distintos. En primer lugar, encontramos un grupo reducido de personas y familias que, en la segunda mitad de aquel siglo, gozaba de un nivel económico bastante elevado. Su actividad se centraba en el sector de la construcción, que en Madrid conoció un auge importante en ese momento, y que es en el que más destacaron los mudéjares madrileños, si no por su número, si porque en él trabajaban los profesionales más cualificados de aljama. Eran los alarifes, un grupo profesional que alcanzó bastante relevancia en la Villa, llegando a ocupar prácticamente de forma exclusiva el cargo de alarife del Concejo, además de convertirse en los principales dirigentes de la propia aljama mudéjar. Así, Abdallá de San Salvador era alarife del Concejo antes de 1480, y ese año le sucedió en el puesto su hijo Abrahén de San Salvador. Dos años después, en 1482, fue nombrado alarife junto a él Mahomad de Gormaz. Como alarifes del Concejo, estas personas no es que participaran en la vida política de la ciudad, pero sí ejercían una cierta potestad administrativa. Maestre Mahomad, en 1502, era maestro mayor de las obras del alcázar real. Algunos otros maestros alarifes, que no ocuparon estos cargos, trabajaban para clientes particulares de la oligarquía madrileña. Es el caso de maestre Haçan, que realizó la puerta del hospital de La Latina. Junto a los alarifes destacan otros profesionales relacionados con el sector de la construcción, como algunos carpinteros, que formaban parte también de este grupo superior. Por ejemplo, maestre Lope, carpintero, trabajó directamente para los Reyes Católicos, y Yuça, pintor, realizó algunos trabajos en la iglesia de San Andrés por encargo de la propia reina. Además de éstos, hay que destacar al alcaide Yuçuf Mellado, que era uno de los personajes principales de la aljama. Desconocemos su profesión, pero todo parece indicar que era bastante rico y poseía tierras y ganado. En la guerra de Sucesión de 1476 le fueron incautadas más de doscientas cabezas de ganado, por lo que se le acusó después de ayudar a los partidarios de Juana en la ciudad y le fueron confiscados sus bienes, aunque años después se le resarció de ello. Además, Yuçuf Mellado era «maestro de adobar quebraduras» y, por ello, el Concejo le asignó mil maravedís anuales de pensión.

Por debajo de este grupo se sitúa uno intermedio, formado sobre todo por los herreros, que ejercían un cierto monopolio en este sector profesional. Algunos de los herreros tenían vínculos familiares con los alarifes, de manera que, en cierto modo, este grupo socioeconómico intermedio puede considerarse como un apéndice del anterior.

Portada del Hospital de la Latina de Madrid, obra de un alarife mudéjar, el maestre Haçan. (Foto: J. Laurent.)

Por último estaba el grupo inferior de la comunidad mudéjar, el más pobre y, sin duda, el mayoritario. Se trataría de población en su mayor parte dedicada a oficios artesanales diversos (tenderos, mesoneros, tundidores, zapateros, etc.), sin que pueda decirse que la presencia de los mudéjares fuera mayor en uno o en otro sector u oficio.

Estas diferencias socioeconómicas internas del grupo mudéjar se proyectaban también en sus relaciones con la población mayoritaria cristiana. Este hecho se constata, en primer lugar, en las zonas de la ciudad donde vivían los musulmanes. En Madrid existían dos «barrios moros». La Morería Vieja, que era la de asentamiento más antiguo, estaba situada en el cerro de las Vistillas, en torno a la plaza y calle que todavía hoy conservan este nombre, una zona humilde y relativamente excéntrica de la ciudad. En general, en ella vivían las personas de condición socioeconómica más baja del grupo. A mediados del siglo XV se formó un nuevo barrio musulmán, la Morería Nueva, emplazada en el inicio de la calle de Toledo, junto a la plaza del Arrabal. En esta zona, que era en ese momento la de mayor pujanza comercial de la Villa, se fueron instalando las familias que formaban el grupo superior de la comunidad.

La existencia de morerías nos lleva directamente al problema básico de las relaciones entre la minoría musulmana y la mayoría cristiana, y la posición de marginación o no que la primera ocupaba en la sociedad madrileña bajomedieval. Lo primero que hay que advertir es que la población mudéjar estaba, en líneas generales, bien integrada en el conjunto social de la ciudad y no se constatan situaciones de discriminación importantes. De hecho, en general, la convivencia fue buena. Por ejemplo, si bien existían en la ciudad dos morerías, los mudéjares vivían también en otras colaciones y en las morerías también residían cristianos. A finales del siglo XV, en cambio, comienzan a producirse cambios en esta situación y se empieza a notar una presión creciente, social y política, tendente a terminar con la existencia de minorías religiosas en el seno de la sociedad castellana. En este sentido las Cortes de Toledo de 1480 aprobaron una serie de medidas discriminatorias contra musulmanes y judíos —establecimiento de barrios apartados y cerrados, obligación de llevar distintivos en la ropa, prohibición de matrimonios mixtos y de mantener contactos cotidianos con los cristianos, etc.— que si bien se habían reiterado durante toda la Baja Edad Media, ahora se empezaron a aplicar de forma efectiva. En Madrid también, pero de forma imperfecta. En este momento, el Concejo madrileño mantuvo una postura de protección hacia los mudéjares de la ciudad, no así hacia los judíos. De hecho, y pese a unos momentos iniciales difíciles, la aplicación de estas medidas discriminatorias en la ciudad se relajó mucho, aunque este relajamiento benefició, sobre todo, al grupo superior de la comunidad. El grupo inferior sí debió sufrir un deterioro notable y paulatino de su situación.

Al fin, el 12 de febrero de 1502 los Reyes Católicos decretaron la conversión obligatoria a la religión católica de todos los mudéjares de Castilla, o su salida del reino. En Madrid, las conversiones habían empezado unos días antes de que se dictara el decreto, pero se trataba, en todo caso, de casos aislados. A pesar de todo, la aljama se mantenía lo suficientemente fuerte como para ofrecer un pacto al Concejo mediante el cual, a cambio de la conversión en bloque de todos los musulmanes de la ciudad y su tierra, mantendrían la propiedad de los bienes comunes de la aljama, gozarían de una exención fiscal total de diez años y quedarían exentos de la jurisdicción de la Inquisición durante el mismo período. La conversión al cristianismo de los mudéjares madrileños se produjo así de forma colectiva, pero no fue igual de beneficiosa para todos. De nuevo fueron los miembros del grupo superior los más beneficiados, manteniendo e incluso incrementando sus excelentes relaciones con las oligarquías urbanas, con el Concejo y con la misma Corona. De hecho, los príncipes Felipe y Juana, que estaban de viaje en Castilla, fueron padrinos de un musulmán en su bautizo cuando estaban en Madrid. Los principales personajes de la aljama adoptaron nombres de personas destacadas de la Villa y de la Corte, quizás porque fueron sus padrinos.

Portada mudéjar en las casas de los Lujanes (Plaza de la Villa). (Foto: Javier Sánchez.)

Sin embargo, la mayoría de la población morisca[5] pronto dejó de disfrutar de las ventajas obtenidas con la conversión y algunos empezaron a abandonar la ciudad. Así, ya en 1502, Beatriz Galindo intentó conseguir el cementerio musulmán para incorporar sus terrenos al hospital que había fundado —el hospital de La Latina—, cosa que conseguiría algunos años después. Y al año siguiente los Reyes tenían que instar al Concejo a que respetase la exención fiscal que había concedido a los mudéjares. La situación fue empeorando y 1514 el Concejo tuvo que prohibir a los moriscos madrileños el abandono de la ciudad, porque muchos querían marcharse a Granada. Pero a esas alturas el grupo ya no respondió unido pues las diferencias existentes en la comunidad se ampliaron a partir de la conversión y, posiblemente, los lazos religiosos y culturales que mantenían su unidad estaban muy debilitados o habían desaparecido. Desconocemos cuál fue el destino de los antiguos mudéjares madrileños en los años siguientes. Seguramente muchos se asimilaron completamente y se disolvieron en el conjunto de la ciudad, pero otros debieron marcharse.

A partir de 1571 se asentó en Madrid un grupo de moriscos de los expulsados del Reino de Granada después de la guerra de las Alpujarras. No sabemos qué impacto tuvo este hecho en la población madrileña y, particularmente, entre la población morisca autóctona, pero seguramente los granadinos serían recibidos como elementos extraños, como extranjeros sospechosos de criptoislam. Para los moriscos madrileños, los granadinos representaban un peligro de empeoramiento de su propia situación, de manera que es verosímil pensar que acogieran su llegada como una amenaza. En 1609, cuando se decretó la expulsión de todos los moriscos de la Corona de Castilla, los moriscos de abolengo mudéjar castellano alegaron en muchos casos su condición para permanecer en sus lugares de origen. En las tierras de la actual Comunidad de Madrid la actitud fue desigual. En Alcalá de Henares, todos los moriscos, castellanos y granadinos, decidieron marcharse, en total 1209 personas. También se les expulsó de Barajas (203), Colmenar de Oreja (241), Chinchón (373), Talamanca del Jarama (174), Torrejón de Velasco (71), Valdemoro (153) y Villarejo de Salvanés (118), pero no sabemos cuántos eran mudéjares antiguos y cuántos granadinos. En la ciudad de Madrid la cosa no fue tan fácil. Según un informe sobre la expulsión de los moriscos elevado al rey por el conde de Salazar, en 1611 se habían registrado cincuenta casas de moriscos granadinos «muchos de los quales pretenden quedarse por buenos cristianos», pero de los mudéjares antiguos no se había podido hacer el registro porque «no an querido acudir a registrarse, así no se save el número dellos, son muy ricos y tienen muchas personas que los ayudan y encubren».[6] Al final, salieron de Madrid 389 moriscos, de los cuales la mayor parte creo que serían granadinos. Los moriscos madrileños, seguramente, se quedaron en la ciudad en su mayoría y nunca salieron de ella.

Torre mudéjar de San Nicolás de los Servitas. (Foto: Javier Sánchez.)

Para concluir quiero hacer una breve mención al arte mudéjar, una de las pocas manifestaciones visibles de la influencia cultural islámica medieval en la ciudad. Hay que advertir, en primer lugar, como afirma Gonzalo Borrás, que el arte mudéjar no es «el arte hecho por los mudéjares, porque […] no fueron sólo exclusivamente mudéjares sus autores, sino también cristianos o judíos».[7] El arte mudéjar es, según este autor, una manifestación artística en la que se funden tradiciones arquitectónicas y estéticas islámicas y cristianas, como consecuencia de las condiciones de convivencia de la España cristiana medieval, y que se desliga paulatinamente del soporte étnico mudéjar que la posibilitó.[8] Además de esto, los propios mudéjares realizaron también obras de otros estilos. No obstante, es muy posible que, dada la importancia que alcanzaron los alarifes mudéjares en Madrid, sí participaran en algunos de esos edificios mudéjares que podemos contemplar hoy.

Dentro de la ciudad no se conservan muchos monumentos de este estilo, pero son importantes porque, aparte de los vestigios de muralla, constituyen los restos arquitectónicos más antiguos de Madrid. El primero es la torre de San Nicolás, del siglo XII, que recuerda en su decoración la policromía de la mezquita de Córdoba y que responde al tipo del primer mudéjar toledano. La torre de la iglesia de San Pedro, de decoración más sencilla, data ya del siglo XIV. También el edificio civil más antiguo de la ciudad, la torre de los Lujanes, del siglo XV, es de estilo mudéjar, igual que una de las portadas de las casas de la misma familia, situado todo el conjunto en la plaza de la Villa. Por último, la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua de Carabanchel (hoy ermita del cementerio) del siglo XIII, constituye un buen ejemplo del mudéjar del foco toledano.

Los edificios mudéjares que existen en la Comunidad de Madrid, fuera de la capital, se enmarcan en su mayor parte en el mudéjar toledano, aunque también hay algunos ejemplos de mudéjar castellanoleonés. Destacan los ábsides de la ermita de Los Milagros de Talamanca de Jarama y de la iglesia de Camarma de Esteruelas, de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Móstoles, de finales del siglo XIII, y la torre de la iglesia parroquial de Navalcarnero.

Por último, quiero destacar que si bien la actividad de los mudéjares madrileños en la construcción de edificios de este estilo no está documentada, sí es segura su participación en otro tipo de construcciones y en edificios góticos de finales del siglo XV. El ejemplo más destacado, porque es el único que puede verse hoy en día, es la portada del hospital de La Latina, obra del maestre Haçan, que se conserva en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Sabemos también que, en 1502, maestre Mahomad era maestro mayor de las obras del alcázar, y siguió trabajando allí después de la conversión. Abrahén de San Salvador y Mahomad de Gormaz, como alarifes de la Villa, realizaron importantes obras de ampliación en los puentes de Segovia, de Toledo y de Viveros, edificaron las casas del Rastro —la primera instalación comercial fija de este importante y señero mercado de Madrid— y trabajaron en numerosas casas de la villa. Quizás la ciudad de Madrid deba más de lo que creemos a los mudéjares madrileños que, durante los siglos bajomedievales, vivieron y convivieron pacíficamente con sus vecinos cristianos.

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Notas

[1] Tampoco conocemos a ciencia cierta cuál era el volumen total de población de la ciudad en esas fechas, pero podría oscilar entre los ocho mil y los diez mil habitantes. La población mudéjar de la Corona de Castilla representaba aproximadamente un 0,5 % de la población total.[volver]

[2] En 1305, Fernando IV ordenó que pasasen a señorío del arzobispo de Toledo cien moros de la aljama de Alcalá de Henares. Véase Miguel Ángel Ladero Quesada, «Los mudéjares de Castilla en la Baja Edad Media», Actas del I Simposio Internacional de Mudejarismo, Madrid/Teruel: Consejo Superior de Investigaciones Científicas/Diputación Provincial de Teruel, 1981, pág. 359.[volver]

[3] Juan Carlos de Miguel, La comunidad mudéjar de Madrid: un modelo de análisis de aljamas mudéjares castellanas, Madrid: Asociación Cultural Al-Mudayna, 1989, pág. 34.[volver]

[4] Rogelio Pérez Bustamante, Los registros notariales de Madrid, 1441-1445, Madrid: Fundación Matritense del Notariado, 1995.[volver]

[5] A partir de su conversión al cristianismo, los mudéjares castellanos, como sucederá algunos años después en la Corona de Aragón, recibieron diversas denominaciones que hacen referencia a su nueva condición religiosa. El término usado con más frecuencia por las fuentes de la época no es el de moriscos, sino el de cristianos nuevos, que abarca también a los antiguos judíos, o cristianos nuevos de moros. No obstante, a lo largo del siglo XVI se va extendiendo el uso de la voz morisco para referirse a los musulmanes españoles convertidos al cristianismo y será, en último término, el que tenga un mayor éxito historiográfico.[volver]

[6] Ápud Henry Lapeyre, Geografía de la España morisca, Valencia: Diputación Provincial de Valencia, 1986, pág. 314. Todos los datos sobre la expulsión de moriscos en Madrid están tomados de esta obra.[volver]

[7] Gonzalo M. Borrás Gualis, El arte mudéjar, Teruel: Instituto de Estudios Turolenses, 1990, pág. 79.[volver]

[8] Ibídem, pág. 90.[volver]