Muhammad I, fundador de Madrid

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Quinto emir omeya de al-Andalus, Muhammad I fue hijo del emir ‘Abd al-Rahmān II y de una esclava llamada Buhayr, fallecida seguramente en el parto, ya que otra esposa de su padre llamada al- Shifa’ se encargó de criarlo.

Nació en Córdoba en el año 823 y llegó al poder cuando tenía treinta años.

De tez blanca, estatura mediana, cuello corto y poblada barba, la teñía con alheña y ketén dándole un tono rojizo. Tuvo treinta y tres hijos y veintiuna hijas conociéndosele varias esposas como Ushar o Umm Salama, quien funda en el Norte de la capital omeya un extenso cementerio, ante la expansión urbanística y demográfica de Córdoba.

Sus primeros años fueron relativamente tranquilos, pero según avanzaba su reinado tuvo que hacer frente a una gran inestabilidad política que perduró hasta la proclamación del califato.

El cronista Ibn ‘Iḏārī nos da noticia de su gran paciencia, meticulosidad y mesura. Detestaba las injurias, era juicioso y de gran agilidad mental. Gran amante de las matemáticas, protegió también el estudio de la ciencia médica, en la que destacó el médico cristiano Ŷawad y al-Harrāni quien, procedente de Oriente, introdujo en al-Andalus un remedio infalible para los dolores de vientre con el que se enriqueció.

Otros cronistas no eran tan pródigos en elogios. Lo tachaban de avaro por revisar con minuciosidad las cuentas de sus tesoreros y funcionarios fiscales, así como de poco generoso al no derramar monedas de oro a puñados como hacían sus antecesores cuando alguien lo merecía.

Un emir constructor

Muhammad I fundó Madrid hacia el año 865 dentro de un proceso de urbanización de al-Andalus que se extendió desde tiempos de su padre, el emir ‘Abd al-Rahmān II, hasta la instauración del califato omeya y la creación de Madinat al-Zahra en el año 936.

Madrid, como Alcalá de Henares, Talamanca del Jarama Calatayud y otros núcleos urbanos, nació con un marcado carácter defensivo, con los elementos básicos de una medina: una alcazaba, una mezquita aljama y un zoco. El cronista Ibn Hayyān nos relata que también emprendió una importante labor edilicia con obras religiosas en Córdoba, Algeciras, Ilbira, Málaga, Écija, Medina Sidonia, Zaragoza, así como defensivas en Calatrava y Huesca.

En la mezquita aljama de Córdoba remató la ampliación de su padre, dotándola de una maqsura de tres puertas, o recinto reservado al soberano, protegiendo así el mihrab.

También restauró el oratorio primitivo y la puerta de los visires, indicándolo en una inscripción cuyo tímpano dice lo siguiente: “Ha ordenado el emir (que Allah lo ilumine, Muhammad hijo de ‘Abd al-Rahmān, la restauración de lo que él ha creído necesario en esta mezquita y su consolidación con la esperanza de la retribución de Allah para su provecho y recompensa en la vida futura por esta obra. Y ella ha sido terminada en el año 241 de la Hégira (856)”. Se trata de la inscripción labrada en árabe más antigua de la mezquita aljama y la segunda más vieja del Magreb, después de la de la mezquita de las tres puertas de Qayrawan (Túnez).

El día en el que concluyeron dichas obras el emir cabalgó desde el vecino alcázar acompañado por una comitiva compuesta por la aristocracia, los ministros y los notables del estado, montado sobre un mulo noble, y vestido con calzones y capa blanca. Entró a la mezquita por la puerta del alminar con sus dos grandes chambelanes, o fatás, y un imán. A continuación, la recorrió, y finalmente oró ante el mihrab, o nicho de oración.

En el alcázar de Córdoba también hizo alguna que otra reforma, añadiendo en el año 864 el “Maŷlis al-Kamīl”(Salón Perfecto), que siguió en pie hasta la fitna, o guerra civil que asoló al-Andalus entre los años 1009 y 1031.

Su palacio de al-Rusāfa, en el norte de dicha ciudad, estrenó otro salón, así como nuevas plantaciones, cuyas obras fueron sufragadas por uno de sus ministros llamado Hāšīm ibn ‘Abd al-‘Azīz. El historiador Ibn Hayyān nos regala una deliciosa anécdota en la que cuenta que cuando se inauguró dicha estancia el ministro colocó tantos regalos a su señor por doquier, que un sirviente tropezó, con la mala fortuna de derramarle sopa a un traje de seda iraquí que llevaba el soberano, atuendo que quedó inservible y que fue inmediatamente sustituido.

De las obras de una nueva almunia en el occidente de Córdoba y a orillas del Guadalquivir, se encargó dicho visir. Llamada por las fuentes Munyat Kintuš, su topónimo alude a su ubicación del quinto miliario en el camino viejo de Almodóvar, y fue elogiada y cantada por varios poetas debido a su belleza.

Los problemas de su reinado y fin de su mandato

Muhammad I tuvo que enfrentarse a una cuestión que ya su padre encontró: la disidencia de una parte del clero local más exaltado, liderado por el presbítero cristiano Eulogio, que predicaba el martirio voluntario.

La llegada al trono de un nuevo emir omeya generaba agitación y sublevaciones en las marcas peninsulares, ya fuera en Toledo, Mérida o Zaragoza, ciudades que no aceptaban la centralidad cordobesa y cuyos conatos de rebeldía e independencia hacían incesantes las hostilidades. A todo ello se unían las clásicas aceifas contra los reinos cristianos del Norte de la Península, entre las que se intercalaban también periodos de tregua.

Pero sin duda, la mayor disidencia que el dignatario no pudo mitigar a fines de su reinado fue la llamada revuelta muladí. Un verdadero conflicto de estado, liderado por el rebelde y caudillo insurrecto Umar Ibn Hafsún desde las entrañas de Ronda.

Para colmo, una grave sequía, un terremoto, dos grandes hambrunas y las incursiones de los vikingos en Algeciras y Orihuela y las islas Baleares ensombrecieron los últimos años de mandato de Muhammad I.

Una crónica anónima[1] cuenta que habiendo salido un día el emir a pasear por su almunia de al-Rusāfa en Córdoba con el visir que se la regaló, éste le dijo: “Emir, ¡qué maravilloso sería el mundo si no fuera por la muerte! a lo que Muhammad I contestó: “La muerte es lo mejor que tiene. ¿Disfrutaríamos del poder que tenemos si no fuera por ella? Si vivieran nuestros antecesores, ¿cómo habríamos podido alcanzar el trono?”.  Tras éste plácido paseo el emir volvió indispuesto, tuvo fiebre y murió ese caluroso día del mes de agosto del año 886. Fue enterrado en el alcázar de Córdoba tras treinta y cuatro años, diez meses y veinte días de reinado, pero no así sus problemas, que continuaron con sus herederos Al-Mundir y ‘Abd Allah.

Referencias bibliográficas

ARJONA CASTRO, A. Córdoba en la Historia de al-Andalus. Desarrollo, apogeo y ruina de la Córdoba omeya. Instituto de Estudios Califales. 2001.

DIKR BILAD AL-ANDALUS LI-MU’ALLIF MAYHUL. Una descripción anónima de al-Andalus, editada y traducida, con introducción, notas e índices, por Luis Molina, 2 vols., Madrid, CSIC, 1983.

GIL FLORES, D. De Mayrit a Madrid. Madrid y los árabes. Del siglo IX al siglo XXI. Lunwerg.Casa Árabe. 2011.

IBN IDARI AL MARRAKUSI. Historia de Al-Andalus. Traducción y estudio histórico-crítico de Francisco Fernández González. Málaga.  Aljaima, 1999.

LÓPEZ CUEVAS, F. “La Almunia Cordobesa, entre las fuentes historiográficas y arqueológicas. Revista Onoba”. 2013, Nº 01, 243-260

LUQUE GALLEGOS, VIRGINIA. Guía Visual de la Mezquita-Catedral. Ediciones B. 2001.

SOUTO, J. A. El emirato de Muhammad I en el Bayan al-Mugrib de Ibn Idari. Anaquel de Estudios árabes 6 (1995).

SOUTO, J. A. “Obras constructivas en al-Andalus durante el emirato de Muhammad I según el volumen II del Muqtabis de Ibn Hayyan. Primer Congresso de Arqueología Peninsular (Porto. 12-18 de Outubro 1993)

[1] DIKR BILAD AL-ANDALUS LI-MU’ALLIF MAYHUL. Una descripción anónima de al-Andalus, editada y traducida, con introducción, notas e índices, por Luis Molina, 2 vols., Madrid, CSIC, 1983.