Qabbani y al-Bayati: dos poetas árabes en Madrid

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Rosa Isabel Martínez Lillo (Universidad Autónoma de Madrid)

Dos poetas y una misma ciudad. Dos poetas árabes coetáneos, dos momentos diferentes en sus vidas, y la misma ciudad que fuera andalusí. Dos puntos de partida: uno de agua y aire, Siria, otro de tierra y fuego, Iraq, y la misma capital en tiempos diferentes. Dos hombres, dos poetas árabes que llegan a Madrid con dos bagajes diversos, con expectativas, vivencias y tal vez ilusiones que sólo ellos conocen.

Uno, Qabbani, desde el inicio de la madurez de los 40 años y con un amor confesado por nuestra realidad española, con sed de España, con el corazón y los poros de la piel abiertos de par en par, permeable, dispuesto a vivir en carne el temperamento de la al-Ándalus reencontrada.

Otro, al-Bayyati, desde una madurez ya cuajada, desde la atalaya de los 50 adelantados, y con una triste carga de destierro a las espaldas. Con la llama de un compromiso político, y poético, constante e irrenunciable.

¿Cómo vivió cada uno de ellos su experiencia en Madrid? ¿Cómo vivió cada uno de ellos la capital de España?

Veamos ambas andaduras por separado para converger en el mismo punto de llegada.

Nizar Qabbani (1923-1998): Madrid de primaveras y rosas[1]

Si bien su estancia como diplomático en la Embajada siria de Madrid comienza en 1962, y se prolongará hasta 1966, a Qabbani no le era ajena en absoluto la realidad española, como se observa en el siguiente poema fechado el 5 de agosto de 1955 y que escribiera en Madrid:

En España, no necesité tintero,

ni tinta con la que apagar la sed del papel.

Los ojos de Morena Rosalía

Me rociaron el alma con su nostalgia negra.

Los ojos de morena Rosalía

—negro tintero para hundirse—

me bebieron la vida.

Con una concha marina, pavorosa…

Como un palanquín árabe

que cavara su sino en la distancia,

que cavara su sino con el mío.[2]

Nizar Qabbani. (Forward Magazine.)

Llega, así, a una realidad ya conocida y acaso también amada. Desde el principio se produjo una fuerte atracción, me pregunto si mutua, entre el poeta y la ciudad; ciudad que Qabbani degusta paseando y permitiendo que le penetre a través de los cinco sentidos. Todo lugar y todo tiempo son susceptibles de convertirse en gozo, en placer, en alegría, todo lleva en sí el germen del amor y la belleza: desde su lugar de trabajo en la plaza de la Platería de Martínez, cerca de la cual gustaba de almorzar en El Rábano —o Rabanito, como él lo llamaba—[3] hasta su casa en la calle Juan Ramón Jiménez (¿quiso el destino acercarle aún más a la poesía española?), y entre ambos los paseos de una ciudad en primavera eterna.

Una ciudad y una lengua «abierta al sol, al mar, a las planicies de uvas y de olivos»,[4] en sus propias palabras, que el poeta aprende con agrado y siente a partir de la obra de los poetas españoles, y a partir de las traducciones de sus propios versos:

Durante cierta época, mi relación con la lengua española alcanzó un grado de enamoramiento, especialmente cuando consiguió llenarme por completo. El arabista español Pedro Martínez Montávez preparaba entonces la traducción al español de algunos de mis poemas […]. Recuerdo ahora las gratas horas que pasé con mi amigo Pedro en mi casa de Madrid, charlando, discutiendo, dando vueltas a los borradores de los poemas traducidos.[5]

Madrid, a la par de resultar singular, es un todo con otras ciudades españolas (Sevilla, Granada y Córdoba, esencialmente) en esta su «etapa rosa», un todo, una plenitud que, si bien en al-Bayati remite a oriente en su primera etapa, en Qabbani se dibuja cual viaje constante al-Ándalus/al-Sham y al-Sham/ al-Ándalus. Viajar, vivir perenne y renovador entre el aquí y el allí, el antes y el ahora:

Nunca he querido ser ojal de un traje,

hilo de un traje,

excepto en el Museo del Ejército de Madrid:

el traje es el de Boabdil y la espada la suya.

Los turistas circulaban sin pararse

ante el traje y la espada,

pero yo…

Mil razones me ligan a este traje y su dueño.

Y lo mismo que un huérfano se queda contemplando

el juvenil retrato de su padre,

así me quedé yo ante la vitrina cerrada.

Suplicante ante aquellos bordados,

devorando, hilo a hilo, aquel tejido…

Y, con todo,

no me dejó Boabdil solo en la ciudad.

Porque todas las noches,

vistiéndose en su manto,

dejaba su vitrina del Museo del Ejército

y se venía conmigo a pasear por la Castellana…

Y me iba enseñando, una por una,

A todas sus herederas andaluzas.[6]

Mas no solo es viaje por tiempos y lugares, vivencia en último caso andalusí, y emoción personal de apego a una ciudad y una lengua. La vivencia madrileña que, como digo, es una con el todo, es además, la «etapa de la emoción histórica y nacionalista».[7] Etapa cuyo desenlace vivirá el poeta bastante después y que plasmará, con desafío y palpitante emoción, en «El último andalusí».[8]

Más aún, creo que esta vivencia nacionalista de hombre damasceno, sirio, mediterráneo, árabe en definitiva, convive con la suya personal de hombre y poeta, de ser humano, de hijo fruto del amor:

Desde Madrid, buenos días…

¿Qué nuevas de jazmín

decirte?

Con ella te encomiendo, madre mía,

a esa niña niña

que fue la gran amada de mi padre,

y a la que mimaba

como su propia hija.

Ofreciéndole el café de su taza,

dándole de comer y de beber,

sumergiéndola en toda su clemencia.

Y mi padre murió,

Mas ella aún vivía soñando con su vuelta,

buscándole por los rincones de su cuarto,

preguntando por su periódico

y por su manto.

Preguntando

cuándo de la esmeralda de sus ojos

llegaría el verano.

Para ella esparcirle por las manos

los dorados dinares.[9]

Vivencia madrileña que encarna una dimensión sumamente honda y extensa de su wayd taariji mustahil (وجد تاريخي مستحيل) o «vivencia histórica imposible»,[10] y, me pregunto además, si no desemboca, más allá del viaje, en perspectiva, en actitud vital. Me pregunto, en fin, si esta experiencia no es el nacimiento de su «otro yo», de un antídoto que, posteriormente, le curara de la dureza que comporta en el mundo contemporáneo ser árabe cabal, convencido, consciente, árabe de razón, cuerpo y alma.[11]

Abd al-Wahhab al-Bayati (1926-1999): Madrid de otoños y crepúsculos[12]

Comenzar a hablar de este gran poeta árabe, iraquí, tal vez resulte difícil, mas tras haberlo hecho fluyen por sí solas las palabras. Acaso referirse a él sea como revelar un secreto, descifrar el enigma, su propio enigma, su propia personalidad. Y es que Abd al-Wahhab al-Bayati hablaba muchas veces con silencios, otras veces con miradas que transportaban a tiempos remotos y recónditos parajes, mas siempre siendo verdadero y profundo.

Tratar de desvelar su experiencia en Madrid creo que requiere reflexionar largamente sobre la siguiente cuestión: ¿cómo vincular la realidad interior, aquélla más íntima del poeta, con la exterior, España, Madrid en nuestro caso?

Abd al-Wahhab al-Bayati (poesía árabe.com)

Al-Bayati, poeta árabe revolucionario, es destinado como consejero cultural en la embajada iraquí al Madrid de la España franquista, cuya doctrina política no compartía. Su familia le acompaña en este destino; su amable y cariñosa esposa Hind y su encantadora hija Asma, que cuidara de él en todo momento, son dos piezas clave en su vida y particularmente en esta aventura en la capital española.

Creo, entonces, que desde el inicio se establece para con la ciudad un vínculo de cierta lejanía, digamos, de vivirla un tanto en la distancia, de observarla desde fuera.

Madrid, por una parte, con su idioma (del que al-Bayati sólo llegó a aprender unas palabras) su ideología, su presente, y el poeta, viviendo intensamente su lengua árabe, viviendo intensamente la realidad de su amada Iraq casi en el exilio, y en un entorno familiar.

Madrid, en este primer momento, es vivida desde una óptica de tintes esencialmente políticos, desde una militancia ideológica que lleva al poeta a emparentarla con otras ciudades de oriente y occidente:

A las puertas de Madrid te esperamos largamente

y por tus ojos, camarada del sol, coloreamos los campos

la tierra por los antiguos zocos de Teherán,

y comimos espinas y chumberas en los sangrientos barrios de Chicago.

A las puertas de Madrid. En los antiguos zocos de Teherán.

Sobre los muertos, y en los sangrientos barrios de Chicago.[13]

Mas, con el paso del tiempo, la ciudad irá adquiriendo su personalidad propia, que, inevitablemente, habrá de portar, quizá trasportar, al artista al ámbito andalusí; al más amplio, España, y al más concreto, Andalucía, Lorca:

Muerte en Madrid,

en las venas sangre,

y nieve y margaritas bajo tus pies.

Ya las fiestas de España no tienen gentes

Ni las penas de España tienen ya límite.

¿Para quién tocan, pues, esas campanas?

Está callado Lorca,

la sangre está en los vasos de las rosas,

la noche de Granada, el hielo, mueren bajo los sombreros

de la guardia negra,

y los niños lloran

en las cunas.

Lorca callado,

y tú en Madrid, con tus armas:

el dolor, las palabras y los volcanes

que arrojan lava.

¿Para quién tocan, pues, esas campanas?

Si estás callado, y la sangre

tiñe el techo, los bosques y las cumbres.[14]

Sí, es cierto que todo su wayd (وجد) personal, en su sentido aquí de emoción dolorosa, de poeta iraquí aflora por doquier, pero no es menos cierto que la ciudad española ya ha adquirido un matiz más personal. Seguramente también influyera en ello la vivencia personal del hombre para con la ciudad, pues un puente comienza a tenderse entre ambas realidades: el puente de los poetas, de los arabistas, de la vida intelectual y cultural del Madrid de entonces con el que, ahora sí, al-Bayati va creando vínculos.

El poeta comparte veladas poéticas y conferencias con profesores, poetas, intelectuales y artistas: los profesores Pedro Martínez Montávez, Carmen Ruiz y Federico Arbós, entre otros. Poetas e intelectuales con quienes al-Bayati frecuenta, también, uno de sus espacios más degustado siempre de todas las ciudades: el mundo de los cafés.[15] Aparece, así, una ligazón con la ciudad de Madrid tal vez más corpórea, más física y seguramente más personal, íntima. Gusta el poeta de frecuentar preferentemente dos cafés: el desaparecido Manila de la Gran Vía[16] y el del hotel Husa Princesa, junto a El Corte Inglés de Argüelles, convertido ahora en un Starbucks Coffee. A ellos acude con sus amigos españoles, ya citados, y con sus colegas y amigos árabes, entre los que cabe destacar el periodista egipcio Talaat Shahin, el artista iraquí Yaafar Kaki y el profesor Waleed Saleh, con quien la amistad duró hasta el final de sus días.

Acude al-Bayati al café, se sienta, observa y diserta, dialoga durante horas y horas; a veces con palabras, a veces con silencios, dependiendo de su interlocutor. Su mirada, sin embargo, siempre transparenta verdad, hondura, y un más allá no siempre revelado a todos. Y a pesar de que su castellano se redujera a poco más de «otro café», su mirada y su sentir profundo para con Madrid también van más allá, mucho más allá:

Tus ojos son Madrid, que recupero.

Tus ojos, Qandahar.

Dos lagos a través de palmerales y páramos de fuego

en los que me hundo y ardo.[17]

Así, después de todo, y de todas las dramáticas experiencias posteriores[18] que, como él mismo dijo, no harían más que «intoxicarle el espíritu», acaso su etapa en Madrid fuera sinónimo de libertad, sosiego en cierto modo y satisfacción.[19]

¿Un punto de llegada compartido?

A pesar de sendas vivencias tan distintas, de matices diversos vividos en la misma ciudad, a pesar de las primaveras de Qabbani y los otoños de al-Bayati, tal vez compartieran una misma estación: aquélla del invierno, cuando el frío seco de la ciudad te penetra los huesos y has de buscar calor, cobijo y protección.

Ambos coinciden, sí, en este invierno madrileño. Uno, al-Bayati, con los ojos húmedos, solidario con los marginados, dibujando un retrato un tanto a la manera del Goya más lúcido, en su «Madrid en Navidad»:

En la Plaza de los Cinco

Reyes Magos.

El Mesías pasó, furtivamente, con un ramo de olivo

y su pálido rostro

esculpido en jacintos.

Había allí en la plaza un tipo marginado

que llevaba una capa de hojas otoñales.

Y una niña, a su lado, bebía alcohol.[20]

Y otro, Qabbani, con la mirada ya cobijada, cálida y llena de futuro, en un invierno que no es sino principio de otro año, de aquel gran amor que viviera en nuestra capital, de ese invierno de «Nochevieja en Madrid»:

Si tú hubieras estado en Madrid la Nochevieja,

habríamos ido juntos

a una vieja taberna,

donde estar los dos solos,

para que nuestras manos buscáranse en las sombras.

[…]

Si tú hubieras estado en Madrid por Nochevieja.[21]

Es cierto que otros poetas árabes han vivido, con mayor o menor intensidad, la experiencia madrileña en estancias mucho más breves, puntuales: Adonis, Mahmud Darwish, Samih al-Qasim, Ahmad Suwaylam, por nombrar algunos de ellos, pero creo que aquella de Qabbani y al-Bayati, con todos sus encuentros o desencuentros, es única, incomparable, singular. Y seguramente no sólo la ciudad dejara su huella en los poetas, pues siempre que paso por delante de la casa de al-Bayati en la Castellana aparece una mirada indescifrable, y al pasear por Juan Ramón Jiménez una sonrisa se dibuja en el cielo.

Artículo extraído de: Nizar Qabbani y Abd al-Wahhab al-Bayati: Dos poetas árabes en Madrid

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Notas

[1] Agradezco al profesor Pedro Martínez Montávez, mi padre, toda la información oral, además de la escrita, sobre su experiencia con el poeta en Madrid. Personalmente, si bien recuerdo que le vi siendo yo muy pequeñita, no puedo decir sino que le conocí en persona en Iraq, en uno de los festivales poéticos de Merbad, allá por los años ochenta, cuando yo vivía en El Cairo, donde realizaba mi tesis doctoral.

[2] Nizar Kabbani, Poemas amorosos árabes (trad. y pról. de Pedro Martínez Montávez), 3.ª ed. aumentada, Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1988, pág. 213.

[3] ¡Sentía predilección por un buen plato de calamares en su tinta!

[4] Nizar Kabbani, op. cit., pág. 227.

[5] Ibídem., pág. 226. Cabe destacar que el profesor Pedro Martínez no supiera del conocimiento de nuestro idioma por parte del poeta sino mucho tiempo después, ya que las conversaciones entre ambos siempre fueron en árabe.

[6] Pedro Martínez Montávez, Exploraciones en literatura neoárabe, Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1977, pág. 15.

[7] Ibídem, pág. 228. Las palabras del poeta se refieren a toda la experiencia española.

[8] Publicado en Idearabia, Madrid, núm. 2, septiembre de 1998, págs. 47-50, traducción y notas de Pedro Martínez Montávez.

[9] Ibídem, pág. 21.

[10] En traducción del profesor Pedro Martínez Montávez.

[11] Ésta es mi idea, cuyo embrión se encuentra en el artículo «Alándalus: duende poético que cura la extrañeza», presentado como conferencia en el IX Foro Ibn Arabi: La memoria al servicio de la humanidad, dirigido por José Monleón, celebrado en Mérida y Hornachos, del 30 de septiembre al 1 de octubre, y que desarrollaré en extenso en el libro Alándalus… desde la otra orilla (el Sham) de próxima aparición.

[12] Si bien mi relación con el poeta iraquí sí fue mucho más estrecha, pues le conocí personalmente cuando cursaba mis estudios de filología árabe en la Universidad Autónoma de Madrid y compartí con él algún café, tanto en Madrid como en Bagdad, la verdad es que más que con palabras al-Bayati me habló con silencios y miradas. Agradezco toda la documentación proporcionada por los profesores Pedro Martínez Montávez y Waleed Saleh, y los testimonios de María Mercedes Lillo, mi madre, y el artista iraquí Yaafar Kaki.

[13] Pedro Martínez Montávez, op. cit., pág. 68.

[14] Ibídem, pág. 70.

[15] De modo anecdótico digamos que en algunas ocasiones acudía también a discotecas, como la céntrica Boccacio, en donde únicamente se dedicaba a observar.

[16] En la esquina de Gran Vía con Jacometrezo, donde actualmente se encuentra una tienda de la cadena Benetton.

[17] Pedro Martínez Montávez, op. cit., pág. 71.

[18] Desde la trágica muerte de su hija Nadia en 1990 todo fueron penas: la quema de su biblioteca, el exilio en Ammán…

[19] Precisamente el profesor Waleed Saleh utiliza estos dos últimos términos en su ilustrativo y sentido artículo: «al-Bayati fi-sanawati-hi al-ajira wa-tanahhudat al-bahr» [al-Bayati en sus últimos años y los suspiros del mar], al-Kalima, núm. 11, noviembre de 2007.

[20] Abdel-Wahhab al-Bayati, Amor más grande que yo mismo (sel., trad., pról. y notas por Pedro Martínez Montávez), Madrid: Asociación de Amistad Hispano-Árabe, 1985, pág. 81.

[21] Nizar Kabbani, op. cit., págs. 129-131. Debido a la extensión del poema, se incluye solo la primera estrofa y el último verso.