Beatriz Alonso Acero
(Investigadora en el Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales-CSIC)
Miguel Ángel de Bunes Ibarra
(Profesor de Investigación de OPIS en el Instituto de Historia Centro de Ciencias Humanas y Sociales-CSIC)
Nota editorial: este artículo fue publicado originalmente en 2011, en el libro De Maŷrit a Madrid: Madrid y los árabes, del siglo IX al siglo XXI, ed. de Daniel Gil, Madrid: Casa Árabe/Lunwerg, 2011. Lo reproducimos aquí con permiso de los autores.
La política mediterránea desde la época de Fernando el Católico, a imitación de los procesos de expansión de Portugal, creará un nuevo marco en las relaciones entre ambas orillas del Estrecho de Gibraltar a principios del siglo XVI. El norte de África, Berbería según la terminología de la época, se convertirá en el campo de batalla y el objeto deseado de los grandes imperios de la Edad Moderna, lo que provocará el paso de muchos de sus moradores a habitar temporal o permanentemente en el seno de la otra sociedad. Las diversas amenazas que aprisionan a sus gobernantes generarán relaciones muchas veces situadas en la estrecha frontera que separa la paz de la guerra, las cuales tuvieron su reflejo en las calles y pueblos de Madrid. El personaje más conocido de los príncipes exiliados que engalanan la nueva capital de la Monarquía será don Felipe de África,[1] antiguo Muley Xeque, pero éste no es el principio de una historia que aún está por hacer en muchos de sus nombres, personajes y vicisitudes.
El paso de exiliados, renegados y conversos musulmanes a Madrid sigue el mismo ritmo que las vicisitudes políticas del Magreb.[2] Muchos de los exilios de personajes magrebíes son una consecuencia de la compleja situación política que se produce en Berbería. Varías dinastías locales, algunas de ellas conformadas por príncipes que controlan una única posesión en la línea de costa, tienen que huir por la llegada de los navegantes otomanos, quienes alterarán significativamente la estructura de poder preexistente. Los primeros que llegan no serán los marroquíes, sino los grandes aliados de Carlos V, los Hafsíes tunecinos y los Zayaníes de Tremecén. Túnez, la Ifriqiya islámica, el gran puerto musulmán del Mediterráneo, se acerca a los Austrias españoles por el miedo a desaparecer ante la llegada de las huestes de los jenízaros otomanos.[3] De otro lado, la influencia sobre los señores que dominan el antiguo golfo de Cartago era imprescindible para mantener la comunicación con Nápoles y Sicilia. Para sellar las relaciones de colaboración y amistad entre ambos soberanos, y con anterioridad al paso del emperador a conquistar la fortaleza de La Goleta ocupada por el gran almirante de la flota del sultán de Estambul, Hayreddin Barbarroja, se mandan príncipes y princesas a educarse en la corte renacentista española. Una de ellas, que ejercía de camarera de la emperatriz María, pide profesar en un convento madrileño en 1534, y será dotada generosamente por la Corte para cumplir su deseo.[4] Éste es también el caso de Hernando, conocido como infante de Bugía, que vive en la localidad de Mejorada del Campo en 1543, y que localizamos cuando dona a su hija Ana un buen número de tapices, alfombras y muebles para que pueda profesar en el Monasterio de la Concepción de la orden de San Francisco.[5] Embajadores, emisarios, comerciantes y, en alguna ocasión, sultanes, se acercan a Madrid a lo largo de estos años para pedir la protección del monarca con objeto de mantener la independencia de sus estados. La importancia de muchos de los protagonistas de la historia del Mediterráneo de estas décadas también creó un imaginario colectivo que se apropió estos nombres, como nos muestra que en varias de las respuestas de las Relaciones topográficas[6] mandadas hacer por Felipe II se afirme que Barbarroja, el gran corsario otomano de este momento, había nacido en la localidad de Colmenar de Oreja.
En principio, se intentará que estos personajes no residan muy cerca del monarca, alejándolos de Madrid, para evitar habladurías y comentarios negativos de los emisarios europeos. Los Hafsíes, además, desean volver a sus tierras originarias, por lo que se asentarán mayoritariamente en otras posesiones de la monarquía, como es el caso de Nápoles y Sicilia que se encontraban más cerca de Túnez. Muley Mohammed, hijo del sultán Muley Hasan, el gobernante del reino durante la época de presencia española en La Goleta, es uno de estos exiliados que en 1559 se acercará a besar las manos del nuevo rey,[7] Felipe II, y regresará a Palermo tras haber conseguido de la Hacienda Real una pensión perpetua para mantener a sus servidores, parientes e hijos que conformaban su casa. A la muerte de su padre y su hermano (Muley Hamida) subirá al trono cuando en 1573 don Juan de Austria expulse a los otomanos de sus tierras, aunque reinará los escasos meses que este país esté libre del dominio de la Sublime Puerta. Será precisamente un hijo de Muley Hamida quien protagonice una de las historias más interesantes de conversos regios que pasan por el Madrid de Felipe II. Mientras su padre conspiraba para intentar regresar al trono del que había sido apartado tras la conquista otomana de Túnez en 1569, él, del mismo nombre que su progenitor, iniciaba su andadura personal hacia la conversión al cristianismo, que tendría lugar en 1575 en el Castillo Nuevo de Nápoles. Con el apadrinamiento de don Juan de Austria y doña Violante de Osorio recibía las aguas bautismales don Carlos de Austria, consiguiendo así todas las prebendas que la Monarquía deparaba a aquellos de entre sus súbditos que procedieran del islam, entre las cuales, además de los tratos de honra, grandeza y excelencia, no era la menor la acrecentada pensión económica que iba a recibir desde aquel momento y cuya irregularidad en los pagos le harían trasladarse en más de una ocasión desde tierras italianas a Madrid, con objeto de reclamar las cantidades adeudadas.[8] Todos estos príncipes dependían directamente de los recursos del monarca, ya que dejaban parte de su patrimonio en sus solares originarios. En los momentos de dificultades económicas de la Monarquía sus pensiones se retrasaban, lo que generaba angustias y momentos de estrechez, además de cartas y memoriales para que se les pagara las cantidades adeudadas.
En esta misma década del Quinientos llegó a Madrid desde tierras del reino de Tremecén don Carlos de África, hijo de Muley Hasan, monarca zayaní que había estado preso en Fez en 1550 tras la entrada de la dinastía sa῾dí de Marruecos en la cabeza de su reino. Por la ocupación de los dominios de su padre tuvo que elegir entre buscar la alianza de los otomanos o la de los españoles, prefiriendo a estos últimos debido a la desconfianza que le provocaba el sultán oriental por sus ansias de control de su lugar de origen. Ante esta situación, decidió convertirse al desesperar de su vuelta a África, siendo recogido y mantenido por Felipe II. Después de su paso al cristianismo abandonó sus ropas musulmanas y pasó a vivir en Madrid, alojado en la casa de Sebastián Colonna. Tras varios años sirviendo a la Monarquía con ejercicio de una provechosa carrera militar en Flandes, mostró su completa integración en la nueva sociedad de acogida siendo el primer príncipe musulmán que lograba la concesión de un hábito de una orden militar, al ser nombrado caballero de Santiago en 1581.[9] Es aún más evidente la integración en la nueva sociedad en el caso de los renegados musulmanes que deciden profesar en una orden religiosa. Hasta ahora conocemos el ejemplo de otro Felipe de África, antiguo hafsí convertido en 1646, que además se integró en la Compañía de Jesús y fue destinado a la ciudad de Roma para mostrar al resto de los cristianos la victoria ideológica y religiosa sobre el enemigo del Mediterráneo.
Las especiales relaciones de los Austrias con los gobernantes de las actuales tierras de Marruecos conllevará que el mayor número de exiliados, tanto conversos como de los que mantienen su credo religioso original, sean príncipes wattasíes, sa῾díes y alauíes. Las conquistas otomanas en Berbería central, así como sus ansias de expansión, habían supuesto que los diferentes soberanos marroquíes se encontraran en una situación verdaderamente complicada. Durante los siglos XVI y XVII tienen que realizar un complicado proceso diplomático y militar entre españoles, portugueses y otomanos para poder mantener su independencia territorial y religiosa. El lejano sultán de Estambul se había arrogado el título de emir de los creyentes y califa del islam, denominaciones que no eran reconocidas en ningún momento por unas dinastías de origen jerife (descendientes directos del profeta), y que no reconocían la supremacía de ninguna autoridad religiosa por encima de sus personas.[10] Los cristianos, de otro lado, habían ido ocupando la mayor parte de las ciudades marítimas de las tierras del Atlas para expulsar a los diversos corsarios que actuaban desde sus fondeaderos, convirtiendo a los sultanes marroquíes en unos soberanos que dominaban un territorio sin salida a ninguno de los mares que bañaban sus posesiones. La presión de los habitantes de Iberia se reducía a la línea costera, ya que los limitados intentos de entrar a conquistar el interior del país habían ido fracasando reiteradamente. Los sa῾díes y los alauíes consiguieron mantener sus dominios lejos de las pretensiones de ambas potencias, logrando una independencia que les convertía en el único país musulmán mediterráneo no dominado por la Sublime Puerta en estas décadas.[11] Los reyes españoles, al renunciar a pasar a conquistar las tierras del otro lado del Estrecho, intentarán dominar este espacio atrayéndose a los sultanes a su partido, política que sirvió a los marroquíes para defenderse de Argel y seguir siendo un país independiente entre dos poderosos adversarios. Para lograr aumentar la influencia cristiana sobre los sultanes se apostó por alguno de los pretendientes en las continuas guerras entre príncipes en épocas de sucesión, momento que también aprovecharon los otomanos para incrementar su influencia dentro del occidente de África.
Don Felipe de África es el arquetipo que resume y ejemplifica el exilio y la conversión de los musulmanes en la España de los Austrias en los siglos XVI y XVII. Si pretendemos hacer una tipología del magrebí que acude a Madrid a pedir ayuda para mantener sus derechos al trono, al mismo tiempo que la historia del hombre que se integra completamente en la sociedad europea después de renegar de su religión, obligatoriamente hay que reseñar a Muley Xeque como el perfecto ejemplo. Su historia comienza en una de las interminables luchas por la sucesión al sultanato, aunque la más famosa, ya que concluye con la muerte del rey de Portugal, don Sebastián, en las cercanías de Alcazarquivir, y la subida al trono de Marruecos del sultán más importante del siglo XVI, Ahmad al-Mansur.[12] El padre de Muley Xeque, Muhammad ibn ῾Abd Allah, fue proclamado sultán en 1574 con el respaldo de los ulemas de Fez, mientras que los de Marraquech apoyaron al tío de éste, Abu Marwan ῾Abd al-Malik (el Maluco de las fuentes cristianas). Con escasos ocho años se vio inmerso en las continuas batallas entre ambos pretendientes, interviniendo personalmente en alguna de ellas. Su padre, ante las dificultades de mantener sus derechos, pidió ayuda al rey de Portugal, que en el verano de 1578 pasó a África con la mayor parte de la nobleza lusitana. Murieron los tres monarcas que combatían en el campo de batalla y fue nombrado nuevo sultán Ahmad al-Mansur, hermano de ῾Abd al-Malik. Muley Xeque se encontraba refugiado en Mazagán, de donde pasó a Portugal huyendo de la posible venganza del nuevo príncipe. Hasta ese momento era uno de los muchos exiliados en tierras europeas. Desde 1578 hasta 1593 vivió en varias localidades portuguesas, y en Carmona y en Andújar junto a su tío Muley Nasr. Durante el tiempo en que se mantuvieron como súbditos de Felipe II, ambos pretendientes fueron el resorte diplomático idóneo para conseguir una posición de fuerza tanto en las negociaciones con el sultán marroquí de cara a lograr la cesión de la anhelada plaza de Larache, fundamental para el control español del corso atlántico y asegurar las islas Canarias, como para frenar una posible alianza del monarca sa῾dí con Inglaterra. La Corona no tuvo inconveniente en costear el mantenimiento de los aspirantes al trono marroquí y su numeroso séquito, si bien nunca accedió a sus deseos de ir a Madrid, desde donde ellos estimaban poder mantener una posición más fuerte y ventajosa. El paso de los años acabó por incidir en un debilitamiento de la posición de los pretendientes, que veían cómo cada vez se hacía más difícil organizar desde España un regreso a su país natal con cierta seguridad de poder alcanzar el trono que perdieron.
En 1593, tras asistir a una romería en honor de la Virgen de la Cabeza en Andújar, Muley Xeque pidió ser adoctrinado con el fin de abrazar el cristianismo. Después de una breve instrucción religiosa en Jaén, el sa῾dí fue al fin trasladado a Madrid con su séquito, con objeto de hacer de su bautizo un acto ejemplar y moralizante, dándole toda la relevancia posible, motivo por el cual se decidió que éste tuviera lugar en la iglesia de San Lorenzo de El Escorial. Dado que el monasterio no tenía capacidad para albergar a todos los criados que se desplazaban con Muley Xeque, fue la cercana población de Valdemorillo la elegida para que se alojara en las fechas previas, mientras se terminaban los preparativos para tan principal evento. Una calle con su nombre en dicha localidad madrileña recuerda aún hoy en día a sus moradores y visitantes la ilustre y breve estancia de dos meses de un príncipe marroquí entre sus caminos y travesías. El 3 de noviembre de 1593, rodeado de gran pompa y boato, y con la alta nobleza castellana como testigo, el antiguo Muley Xeque nació para la cristiandad como don Felipe de África, recibiendo las aguas bautismales de manos de don García de Loaisa, cardenal arzobispo de Toledo, y con el apadrinamiento de Felipe II, de quien recibió el nombre, y de la infanta Isabel Clara Eugenia.[13] Su tío, Muley Nasr, continuará con sus aspiraciones al trono, volviendo finalmente a Marruecos en 1595, donde morirá sin haber conseguido sus objetivos.
La conversión encumbra a don Felipe de África a una relevante posición social. Como grande de España, empieza a tener un hueco entre la nobleza cortesana de más rancio abolengo, donde él juega con la baza de poder sustituir los antepasados ilustres al servicio de la Corona, de los que carece completamente, por su condición de príncipe islámico que ha trocado de religión. En virtud de ello, la Monarquía lo presenta como su gran triunfo sobre el adversario político y religioso, motivo por el cual hace con don Felipe de África una relumbrante puesta en escena que incluye su destacada presencia en actos de gran peso ideológico para la monarquía, como son la entrada de Felipe III en Madrid en 1598, las bodas del heredero y de Isabel Clara Eugenia en Valencia en 1599 o el juramento en los Jerónimos del futuro Felipe IV en 1608. Desde su bautizo, don Felipe de África pasa a habitar en un lujoso palacete de la calle de las Huertas, cerca de la casa de Miguel de Cervantes, del que nos quedan las onerosas cuentas que se pagan de forma continuada para su decoración y mantenimiento. A estos gastos del palacete alquilado hay que añadir las sumas de ducados necesarios para alquilar un aposento del corral de comedias, donde asistía a las más relevantes representaciones teatrales de los grandes maestros del Siglo de Oro, entre los cuales estaba Lope de Vega, amigo personal de don Felipe, que había sido testigo de su bautizo escurialense.
La prestancia de sus paseos por las calles del Madrid de los Austrias, sus vistosos trajes, las recepciones en sus ricos aposentos y su propia persona eran un espectáculo apreciado y apreciable por sus convecinos, por lo que la calle en la que vive comienza a ser conocida como la del «príncipe de África», nombre que aún perdura en el callejero de la Villa. El «infante de África», tal y como firma en sus misivas, pasa a emplear una vestimenta de acuerdo con las modas de Castilla que resalta especialmente su tez morena por la que algunos quieren llamarle «príncipe negro», habla cada vez mejor la lengua del país que le acoge y, para lograr una mejor integración en la nueva sociedad, gusta de formar parte de los bailes propios de los cortesanos de finales del Quinientos, de las partidas de caza y asistir a las corridas de toros. A los pocos días de haberse bautizado ya solicita un hábito de Santiago, sabiendo que era posible alcanzarlo, pues dos décadas antes lo había conseguido otro exiliado africano de antigua religión musulmana.[14] Un proceso extrañamente simple y rápido culmina con la concesión de tal prebenda a don Felipe, quien en 1596 recibe además las encomiendas de Bédmar y Albánchez, en la diócesis de Jaén, que le suponían unas rentas anuales de unos doce mil ducados. Con este título, el maestro de armas de Felipe II, Nicolás de Campis, empieza a diseñarle un escudo en el que pueda refrendar su categoría en el seno de su nueva sociedad. Aunque fue destinado a servir en los ejércitos del rey en Flandes, estamos convencidos de que siguió residiendo en Madrid durante estos años. Su ampulosa manera de vivir y los excesivos gastos que realizaba están detrás de este intento de alejarle de Madrid, a lo que se resistirá todo lo posible hasta que en 1609, fecha de la promulgación de los primeros decretos de expulsión de los moriscos, sale de España rumbo a Italia para acallar las posibles críticas por su proximidad a la Corte en unos años en los que se estaba expeliendo de la península a los súbditos de origen musulmán. Su impronta en el imaginario de los habitantes de la ciudad no desapareció con su marcha, y la calle donde estaba su residencia —palacio que aún se conserva, aunque alterado por el tiempo y las modas— sigue llamándose del Príncipe. Su sepultura se encuentra en una pequeña localidad italiana, ya que vivió en la otra península del Mediterráneo los últimos años de su existencia, lo que no es óbice para que su persona siga identificándose con el Madrid de los Austrias, recuerdo que habría que avivar para no perder nuestro propio pasado. Durante su última agonía remitió varias cartas al rey pidiendo que se le permitiera volver a Madrid, ciudad que añoraba en su retiro italiano.
Un nieto de Muley Zidán, el sultán cuya biblioteca fue capturada y depositada en el monasterio de El Escorial, es otro de los exiliados marroquíes que anduvo por las calles de Madrid a mediados del siglo XVII. Se entregó voluntariamente a los cristianos para conseguir la libertad de su hermano mayor, apresado en una correría de los soldados de la plaza de la Mamora. Mientras llegaba el rescate se decidió que era más seguro su traslado a España, donde fue custodiado por el duque de Medina Sidonia. En 1635 estaba en Madrid, recibiendo un rápido adoctrinamiento en la religión católica por parte de los jesuitas.[15] En la capilla del Real Alcázar fue bautizado en febrero de 1636, siendo sus padrinos Felipe IV y el conde-duque de Olivares, y ejerciendo de oficiante el patriarca de las Indias, Alonso Pérez de Guzmán, por lo que elige como nombre cristiano de pila Felipe Gaspar Alonso de Guzmán.
Existe en la actualidad una calle Felipe de África en la localidad de Getafe, pero esta denominación no se debe a Muley Xeque, sino a Muley Hamet, otro príncipe marroquí que se convierte después de refugiarse en esta ciudad en 1648, y hay tener cuidado en no identificar a los dos príncipes con el amigo de Lope de Vega. La similitud de los nuevos nombres que adoptan es uno de los problemas que tiene el estudio de estos tránsfugas, lo que induce a frecuentes errores.
La documentación sólo nos permite reconstruir la vida de los musulmanes más importantes estantes en las calles madrileñas en los siglos XVI y XVII. Los pocos casos reseñados en estas líneas son la punta de lanza de una realidad más compleja y diversa de lo que se ha establecido hasta el momento actual. Existen más personajes islámicos que viven y recalan en las proximidades del Real Alcázar, pero no hemos tenido la suerte de toparnos con noticias contundentes y completamente fiables de sus andanzas. Estamos ante una historia soterrada que apenas ha empezado a ser reconstruida y, además, es necesario componerla a través de pequeños retazos y medias noticias. Aunque, cuando comenzamos a tejerla, nos depara noticias curiosas y cosas sorprendentes, como es que varios de nuestros callejeros recuerden a príncipes musulmanes que causaron tal asombro y admiración que se convirtieron en parte del imaginario colectivo madrileño. Príncipes que se hicieron nuevos madrileños, o embajadores otomanos que causaron tal impronta en sus vecinos como para que la calle donde estaba su residencia se llamara desde entonces la del «Turco» (hoy del Marqués de Cubas).
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Notas
[1] El tema de los exilios musulmanes es una de las cenicientas de la historiografía española sobre las relaciones entre ambos lados del Mediterráneo. Mientras que cautivos y renegados son una cuestión muy analizada desde antiguo, incluso en las obras de teatro del Siglo de Oro, el paso a Europa de musulmanes se ha silenciado con demasiada frecuencia. El primer trabajo que tenemos sobre estos personajes es el de Henry de Castries, «Trois princes marocains convertis au christianisme», en Mémorial Henri Basset. Nouvelles études nord-africaines et orientales publiées par l’Institut des hautes études marocaines, vol. I, Chartres/París, Imprimerie Durand/Librairie orientaliste Paul Geuthner, 1928, págs. 141-158, pero no es un tema que despertara demasiada curiosidad por la dificultad de encontrar referencias documentales e historiográficas. Lograr toparse con musulmanes exiliados, convertidos o no, es una tarea de enorme paciencia, no exenta de fortuna, que va generando un proceso de pequeñas noticias y datos que a la postre permiten reconstruir una parte de su trayectoria vital en otra sociedad y cultura. Este trabajo se integra dentro de los objetivos de los proyectos HAR2009-09991 de la DGCYT y S2007/HUM-0425 de la CAM.[volver]
[2] La expansión española por el Mediterráneo, las empresas de conquista y el nacimiento del estado corsario de Argel son las razones que explican que la historiografía hispana de los siglos XVI y XVII sea la que más información ofrece para conocer la realidad del Magreb en estas centurias, aunque también resulta imprescindible referir las obras de Juan León Africano, Descripción general del África y de las cosas peregrinas que allí hay [Venecia, 1563] (ed. de Serafín Fanjul), Madrid: Lunwerg, 1995; Luis del Mármol Carvajal, Descripción general de África, parte I, vols. I y II, Granada, 1573, y parte II, vol. III, Málaga, 1599; Diego de Torres, Relación del origen y suceso de los xarifes y del estado de los reinos de Marruecos, Fez y Tarudente [Sevilla, 1585] (ed. de Mercedes García-Arenal), Madrid, Siglo XXI, 1980; Diego de Haedo, Topografía e historia general de Argel [Valladolid, 1612], Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1927, 3 vols.; Diego Suárez Montañés, Historia del maestre último que fue de Montesa y de su hermano don Felipe de Borja, la manera como gobernaron las plazas de Orán y Mazalquivir, reinos de Tremecén y Ténez, siendo allí capitanes generales, uno en pos del otro, como aquí se narra (ed. de Beatriz Alonso Acero y Miguel Ángel de Bunes Ibarra), Valencia: Institució Alfons el Magnànim, 2005.[volver]
[3] Charles Monchicourt, «Études kairouanaises. Chapitre VI. Les Hafsides en exil de 1574 a 1581», Revue Tunisienne, Túnez, núm. 26, 1936, págs. 187-221, y «Études kairouanaises. Chapitre VII. L’essai de restauration hafside (1581-1592)», Revue Tunisienne, Túnez, núm. 27-28, 1936, págs. 425-450.[volver]
[4] Archivo General de Simancas (AGS), Estado, Leg. 8340.[volver]
[5] Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (ahpm), Protocolo núm. 88, fol. 226 r-277 r., Madrid, 20 de marzo de 1543. Donación del infante de Bugía a su hija doña Ana; ahpm, Protocolo núm. 314, fol. 867 r-874 r., Valladolid, 1563. Tutoría de D.ª María de Bugía, hija de D. Fernando, infante de Bugía.[volver]
[6] Relaciones topográficas de Felipe II: Madrid (ed. coord. por Alfredo Alvar Ezquerra; transcripción de María Elena García Guerra y María de los Ángeles Vicioso Rodríguez), Madrid: Comunidad de Madrid. Consejería de Cooperación/Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1993.[volver]
[7] AGS. Estado, Leg. 1136, fol. 2, Palermo, 22 de octubre de 1570.[volver]
[8] AGS. Estado, Leg. 159, 5-7, 23 de septiembre de 1575.[volver]
[9] Archivo Histórico Nacional (AHN), Ordenes Militares (OO. MM.), Santiago, Expediente núm. 70.[volver]
[10] Diego de Torres, op. cit.[volver]
[11] Auguste Cour, L’établissement des dynasties des chérifs au Maroc et leur rivalité avec les turcs de la régence d’Alger, París: E. Leroux, 1904; Roger Le Tourneau, Les debuts de la dynastie Sa’dienne de 1509 à 1557, Argel: Institut d’études supérieures islamiques, 1954.[volver]
[12] El inicio del protagonismo histórico de don Felipe de África comienza en la batalla de Alcazarquivir, o batalla de los Tres Reyes. Véase Mercedes García-Arenal, Ahmad al-Mansur: the Beginnings of Modern Morocco, Oxford: Oneworld, 2009; Nabil Mouline, Le califat imaginaire d’Ahmad al-Mansûr : pouvoir et diplomatie au Maroc au xvie siècle, París: Presses Universitaires de France, 2009.[volver]
[13] La vida de don Felipe de África ha sido reconstruida en sus líneas maestras en las obras de Matteo Gianolio di Cherasco, Memorie storiche intorno la vita del real principe di Marocco Muley-Xeque chiamato nel suo battesimo don Filippo d’Austria, infante d’Africa religiosamente morto in Vigevano, Turín: Giacomo Fea, 1795 y Jaime Oliver Asín, Vida de don Felipe de África, príncipe de Fez y Marruecos (1566-1621) [Madrid/Granada: csic, 1955] (ed. de Miguel Ángel de Bunes Ibarra y Beatriz Alonso Acero, Granada: Universidad de Granada, 2008). Oliver recogió en su texto como fuente principal la obra de Lope de Vega, La tragedia del rey don Sebastián y bautismo del príncipe de Marruecos, en Obras completas, vol. VII, Madrid: Cátedra, 1994, en la que el autor clásico reflejó las andanzas y vicisitudes de don Felipe de África en la corte madrileña de Felipe III. Se puede rastrear la huella de don Felipe de África en los archivos españoles en Beatriz Alonso Acero, Sultanes de Berbería en tierras de la Cristiandad. Exilio musulmán, conversión y asimilación en la Monarquía hispánica (siglos XVI-XVII), Barcelona: Bellaterra, 2006, al que también remitimos para abundar en la bibliografía sobre este personaje.[volver]
[14] Su título nobiliario, en AHN, OO.MM., Orden de Santiago, expediente núm. 71.[volver]
[15] Memorial histórico español, vol. XIII. Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la Monarquía entre 1634 y 1648, Madrid: Real Academia de la Historia, 1865, pág. 350.[volver]