Imaginar el Madrid andalusí con Jorge Arranz

¿Cómo sería un souvenir turístico del Madrid andalusí? Todas las poblaciones, especialmente cuando buscan promocionar sus atractivos de cara a los visitantes y/o reforzar el sentimiento de pertenencia de la población local, crean sus iconos. Madrid suele evocar la osa y el madroño, la Puerta de Alcalá, las chulapas y chulapos, su cielo o su vida nocturna como símbolos de la Villa. Estos son fácilmente reconocibles y se integran dentro de lo que se llama la «marca ciudad», que busca potenciar el territorio mediante la selección y promoción de rasgos característicos y diferenciadores. Estas imágenes inducidas constituyen una potente estrategia de construcción de identidad territorial, porque contribuyen a consolidar las ideas de cuál es la historia, el carácter y el patrimonio propio del lugar, que debe ser preservado y transmitido a las generaciones siguientes.

Sabemos que Madrid tiene un largo legado islámico, que se remonta a los orígenes de la ciudad. Fue una ciudad de Al-Ándalus durante sus primeros dos siglos largos de historia, y luego mantuvo durante 500 años más una presencia musulmana, a  través de las minorias mudéjar y morisca. Sin embargo, se trata de un legado muy poco patrimonializado: escasamente conocido por los madrileños, poco cuidado y difundido por las administraciones, y que jamás ha formado parte de las representaciones icónicas de la ciudad, a pesar de que involucra a sus orígenes mismos, su topónimo, el nombre de su patrona, la Almudena, y el trazado de sus primeras calles. Y a pesar de que cuenta con personajes ilustres como el atrónomo y matemático Maslama al-Maŷriti, que fue considerado el científico más importante de Al-Ándalus en su tiempo (finales del siglo X).

A finales de 2019, en el Centro de Estudios sobre Madrid Islámico (CEMI) nos propusimos experimentar con la creación de referentes icónicos del Madrid andalusí. Después de buscar durante un tiempo a algún profesional que pudiera ayudarnos en la tarea, dimos con Jorge Arranz, cuyas ilustraciones veíamos a diario en la campaña Libros a la calle del Metro de Madrid. Jorge Arranz es, ante todo, un dibujante de ciudades y un dibujante de Madrid, por lo que parecía la persona adecuada. La intención era imaginar cómo podría ser un souvenir inspirado en el Madrid islámico, que pudiera plasmarse en productos de merchandising como camisetas, chapas, tazas, etc. La dificultad que se presentaba, evidentemente, es cómo podría el público madrileño establecer una relación icónica entre esas imágenes y Madrid, puesto que evocan una historia y unos elementos patrimoniales que la mayoría desconoce.

Jorge Arranz empezó dibujando una imaginaria vista nocturna del Madrid andalusí. Se basó en las vistas de Anton van den Wyngaerde de 1562, a partir de las cuales, eliminando cosas, tratamos de imaginar qué es lo que podría haber visto un viajero que se acercara a Madrid desde el Manzanares en el siglo XI. Tomamos como referencia este siglo, pensando que quizás fue el momento de mayor extensión de la ciudad islámica.

La panorámica muestra, de izquierda a derecha, las murallas del alcázar andalusí (cuya existencia, en realidad, no está clara; pero interpretar es arriesgar), de las que sobresale el alminar de lo que pudo ser la mezquita palaciega (identificada con la posterior iglesia de San Miguel de la Sagra). Seguiría el muro de albacar, y después se ve el alminar de una posible mezquita de barrio, seguido de la torre, más grande, de la mezquita mayor, que corresponde a la desaparecida iglesia de Santa María de la Almudena. Y finalmente la puerta de la Vega y el cierre de la muralla en el actual parque del Emir Mohamed I. La ciudad seguía, ya que la colina de las Vistillas estaba también poblada, pero en esta ilustración decidimos limitarnos al recinto amurallado.  Al dibujo se le añadieron como iconos la luna creciente, que evoca el islam, y las constelaciones de la Osa Mayor y la Osa Menor, que son el origen del escudo de Madrid.

Con este patrón, Jorge Arranz hizo también unas vistas diurnas, en las que se ve mejor la vegetación y las posibles huertas al pie de la ciudad (lo que serían hoy el parque de Atenas y el Campo del Moro), así como el despejado cielo madrileño.

Nos gustó mucho el experimento, y le pedimos a Jorge imágenes inspiradas en otros lugares icónicos. Uno de ellos fue la puerta de la Torre de los Lujanes, muy posterior al periodo andalusí, pero perteneciente en definitiva a esa continuidad de las formas artísticas y arquitectónicas de Al-Ándalus en territorio cristiano que suele denominarse arte mudéjar. La torre pertenece al conjunto llamado Casa y Torre de los Lujanes, situado  en la plaza de la Villa, que es una de las construcciones más antiguas de la ciudad, ya que la mayoría de los restos medievales desaparecieron durante los Austrias. La torre es algo anterior a la casa, pues suele fecharse a principios del siglo XV, y la casa es de finales de ese mismo siglo.

Otro elemento mudéjar que se utilizó fue la torre de la iglesia de San Nicolás de los Servitas o de Bari, pero en este caso dibujada como si fuera el alminar de una mezquita, de acuerdo con una vieja hipótesis sobre los orígenes de la torre. La  intención del dibujo no es apoyar esa hipótesis específica, sino imaginar alguna de las mezquitas madrileñas a partir del elemento arquitectónico más parecido a ellas que queda en Madrid, y que es este campanario, que actualmente suele datarse en el siglo XII. El dibujo del alminar se inspira también en una de las ilustraciones de Ramón Guillén López para el libro Mayrit: guía ilustrada del Madrid andalusí, del colaborador del CEMI Miguel Cortés Martín (2018). A la torre actual se le ha eliminado en el dibujo el cuerpo de campanas, que es moderno, y se le ha imaginado el característico remate de las mezquitas del occidente islámico: la construcción retranqueada que da acceso a la terraza, y sobre la cual se alza el clásico  ŷamur con tres bolas metálicas.

Un tercer elemento arquitectónico que se recreó es la puerta de la Vega. Hoy ya no existe, salvo la base de los torreones, que de todas maneras no suele apreciarse porque está cubierta de maleza y basuras. La puerta de la Vega estaba situada al término de la cuesta de la Vega, a  la altura en la que hoy hay una hornacina con una imagen de la patrona de Madrid. Está documentada a partir de 1152, con un nombre de raigambre árabe que se mantiene hasta el siglo XV con distintas variantes: Albega, Aluega o Albeda, quizás por una adición del artículo árabe al- a la palabra de origen prerromano vega. Duró hasta finales del siglo XVI y debió de ser una construcción imponente. Jerónimo de Quintana decía de ella que era más bien angosta y profunda, y que tenía a los lados unas escaleras por las que se subía a lo alto de la muralla. También cuenta cómo, en el punto del arco exterior, había un arma secreta consistente en una gran pesa de hierro, que en tiempo de guerra dejaban caer con violencia sobre los posibles asaltantes. También cuenta que las hojas de madera de la puerta estaban guarnecidas de recias planchas de hierro y clavos.

La recreación de Jorge Arranz muestra la puesta de la Vega con una escala más humana, es decir, menos alta de lo que fueron realmente las murallas de la ciudadela de Madrid, a la que el geógrafo al-Idrisi calificó de «fortaleza inexpugnable».

Las murallas aparecen también en otra ilustración, esta totalmente imaginaria, que trata de recrear el espacio agrícola de la ciudad. En el Madrid islámico, la ciudad y el campo estaban estrechamente interrelacionados, dentro y fuera de las murallas. Varias excavaciones arqueológicas han sacado a la luz material agrícola, así como restos de norias y pozos, que tomaban el agua de los muchos acuíferos de la ciudad. La actual zona de la plaza de Oriente, en concreto, parece haber sido un arrabal extramuros fundamentalmente agrícola, y en él se inspira la escena de la madrileña que acude a llenar su cántaro.

Si pensamos en personajes, no podía faltar Maslama al-Maŷriti, es decir, Maslama el Madrileño, así llamado precisamente porque no vivía en Madrid sino en Córdoba. Su biógrafo Saʽid al-Tulaytuli (‘el Toledano’) dijo de él que era el principal de los matemáticos de su tiempo y más sabio que todos los que le habían precedido en la ciencia de los astros.

La fama y la influencia de Maslama al-Maŷriti fueron enormes, a pesar de lo cual son muy escasos los datos que tenemos sobre su vida, empezando por su nacimiento, que debió  de producirse en Madrid hacia mediados del siglo X. Fue autor, entre otras obras, de un tratado sobre el astrolabio esférico, en el que se enseña cómo construirlo y usarlo. Pero esconocido sobre todo por su comentario de las tablas del matemático persa al-Juwarizmi (del que proceden las palabras algoritmo y guarismo), en el que introdujo modificaciones para adaptarlas al meridiano de Córdoba y al calendario islámico, ya que las originales usaban el persa. Maslama tuvo también fama como astrólogo. Se dice que pronosticó que la conjunción de Saturno y Júpiter en el año 398 de la Hégira (1006-1007) provocaría grandes desastres, entre ellos un cambio de dinastía, como efectivamente ocurrió. Maslama murió al año siguiente, el 399 (1007-1008). La importancia de su figura hizo que se le atribuyeran obras que no eran suyas, como la Gayat al-hakim (El objetivo del sabio), tratado de magia que circuló por la Europa medieval y renacentista con el título Picatrix. También se pensó que había introducido en Al-Ándalus las Epístolas de los Hermanos de la Pureza, una especie de tratado enciclopédico-iniciático de carácter gnóstico. Jorge Arranz lo dibujó mirando al cielo estrellado mientras sostiene un astrolabio.

El último icono fue un elemento cerámico. Uno de los méritos que se atribuyen al Madrid andalusí en las fuentes árabes es la calidad de su alfarería. Ahmad ibn ʽUmar al-ʽUdri, sabio del siglo XI originario de Dalías, junto a Almería, fue al parecer el primero que alabó las extraordinarias cualidades del barro de Madrid. De ello se hacen eco dos autores tardíos, como el cronista magrebi Al-Himyari y el anónimo autor de la obra llamada Remembranza del país de Al-Ándalus, también magrebí. Este último, recogiendo la noticia transmitida por cronistas anteriores, escribió: «Hay en Madrid una tierra magnífica con la que se fabrican unas ollas que se emplean en cocina durante veinte años sin que se estropeen y, que además, protegen los alimentos contra cualquier alteración en los días de verano». En Madrid se han hallado multitud de utensilios cerámicos: ollas, candiles, platos, jarras, cangilones de noria e incluso juguetes, notables por su cantidad, su calidad, su conservación y también por su originalidad, ya que algunos tienen características poco frecuentes en Al-Ándalus.

Jorge Arranz reprodujo un ataifor del siglo XI, que existe realmente y está muy bien conservado. Fue hallado en la plaza de Oriente y hoy forma parte de la colección del Museo Arqueológico Regional, en Alcalá de Henares. Un ataifor es un gran plato o fuente utilizada para servir la comida en la mesa, y en este caso tiene una decoración en verde y manganeso que incluye la inscripción al-mulk, que significa «el poder» o «la soberanía», y que era muy habitual en la época del califato. 

Varios de estos dibujos fueron, por último, plasmados efectivamente en diversos soportes, junto con la leyenda «Maŷrit es Madrid», en castellano y árabe. Chapas, camisetas, tazas, bolsas, pulseras, láminas… Están disponibles en la tienda de la FUNCI.