LA ATALAYA DEFENSIVA DEL MAŶRĪṬ TAIFAL

Entre los años 1995 y 1997, una estructura defensiva sería identificada en la Plaza de Oriente, concretamente en el área próxima al Tea­tro Real.

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La localización de este hallazgo se sitúa al borde del barranco del Arroyo del Arenal y fue interpretada como una atalaya. Arquitectónicamente dibuja una planta cuadran­gular de 3,65 m de largo por 3,40 m de ancho, con zarpa escalonada, conservando —muy irre­gularmente—, hasta cerca de 4 m de alzado, des­conociendo el cálculo de la altura original (Andreu y Retuerce, 1995: 41-42; Retuerce, 2004: 86).

Realmente, los restos mejor conservados se corresponderían con el basamento de la torre. En cualquier caso, toda la estructura fue adaptada y empotrada al relieve irregular del barranco, por­que solo son visibles tres de las caras del basa­mento, la frontal y las laterales. Circunstancial­mente, en el punto elegido para erigir la estructura militar existía una cueva, por lo que fue necesario levantar un muro de ladrillo para clausurar dicha cavidad.

Atalaya taifa. © Arqueomedia

Además, para asentar convenientemente la to­rre se siguieron varios procedimientos. En primer lugar, se excavó el terreno para generar la fosa de fundación, aparentemente escalonada, y la plata­forma adecuada. En cualquier caso, y pese a una nivelación no regularizada, se conseguía el apoyo adecuado. Todo parece indicar que la estructura se ancla horizontalmente a la pared lateral del barranco. Posteriormente, se levantaba un primer escalón con un grosor que varía entre 40 a 60 cm de grosor. Por encima de esta zarpa se construyó el potente zócalo, un segundo escalón que alcanza entre 1,20 a 1,40 m. Finalmente, se montaría el alzado restante de la atalaya (Retuerce, 2004: 86).

Desde el punto de vista técnico, los compo­nentes de la obra son heterogéneos, pues se ha empleado la arenisca, el sílex, la caliza, el grani­to, etc. Lo que implica una labor de reaprovecha­miento de materiales disponibles y cercanos para un trabajo rápido.

El núcleo es conformado por un mortero de cantos y sílex pequeños. La cara exte­rior del basamento dispone de sillares y sillarejo en las esquinas, mientras que para el centro del paramento se ha recurrido a la pequeña mampos­tería concertada enlucida con cal. Las paredes del resto de la torre parecen aplicar el modelo de hi­ladas pequeñas con mampostería concertada, con algunas piezas de mejor apariencia, probablemen­te enlucidas con cal.

La cronología de la torre, según la datación por termoluminiscencia de las muestras obtenidas de objetos cerámicos correspondientes al relleno interior de la cueva y de los ladrillos utilizados para su tapiado, han aportado una fecha de los primeros años de la década de 80 del siglo XI (± 84 años). Razonablemente, estaríamos en los momentos finales de la Taifa de Toledo (Andreu y Retuerce, 1995: 41). Madrid ya había sufrido serias demostraciones del avance cristiano hacia Toledo. Tradicionalmente, aunque sin testimonios fiables, se menciona, alrededor de 1047, la ocupa­ción temporal de la medina por Fernando I. Los castellanos abandonarían el lugar tras establecerse el sistema de parias (León, 1796: 25).

En cual­quier caso, por su ubicación abalconada sobre el barranco del Arenal asumiría el rol de vigilancia sobre un importante recurso hídrico cercano, como son los Caños del Peral y las zonas adyacentes irri­gadas.

Teniendo en cuenta la época de su construcción, la funcionalidad de la atalaya sería muy concreta. Pese a tener una posición alejada con respecto al recinto emiral y del albacar, tendría una comuni­cación visual preferente con la medinilla. En cual­quier caso, por su ubicación abalconada sobre el barranco del Arenal asumiría el rol de vigilancia sobre un importante recurso hídrico cercano, como son los Caños del Peral y las zonas adyacentes irri­gadas. Sin embargo, se subraya el control del pro­pio barranco y de un punto ciego, el desagüe de este arroyo en el de Leganitos, un posible punto de ataque para los ejércitos cristianos (Fig. 1C).

A partir del siglo XII, las nuevas inercias po­blacionales cristianas, incluida la construcción de un segundo recinto, condenaría la utilidad de la atalaya, que probablemente sería desmochada con anterioridad a las décadas finales del siglo XIV. Posteriormente, los restos arruinados de la torre quedarían sepultados al convertirse esta zona en un muladar urbano vinculado a la puerta de Valna­dú, depósitos que se acumularían a lo largo de los siglos XV y XVI (Malalana, 2011: 251).

A principios del siglo XVII, el cronista Quin­tana incluía en su libro una torre, localizada «en el campo fuera de los muros, cerca de los caños… del Peral, en lo alto del juego de la Pelota, poco distante del Alcázar» y que era señalada como «Gaona, y por otro nombre Alçapiernas» (1629: fol. 4r). Razonablemente podríamos establecer la consiguiente relación entre la atalaya del siglo XI y la Gaona. Sin embargo, por los datos extraídos de documentos de finales del siglo XV y de prin­cipios del XVI, Alzapiernas no sería una atalaya sino una torre albarrana ubicada entre las puertas de Guadalajara y la de Valnadú, en el ángulo noro­riental del segundo recinto madrileño (Malalana, 2011: 218-220).

Extracto del artículo de Antonio Malalana: “El modelo de la organización militar de Maŷrīṭ entre los siglos IX-XI”